Hermanos de sangre
¿Por qué dos hermanos se llaman igual pero distinto? Rodrigo García nos cuenta que el culpable fue un padre cruel, propenso a crear el caos en la vida de los que más quería, pero, como todo en esta película de manual de guion, la decisión tiene su lectura simbólica. Raymond (Ewan McGregor) y Ray (Ethan Hawke) son las dos caras de una misma infancia traumática que han elaborado estrategias de defensa contra el mundo completamente opuestas: uno, desde la rutina y la obsesión por el orden, el otro desde el fracaso, las adicciones y el desapego. A partir de ahí, García despliega uno de sus acostumbrados estudios de personaje, esta vez, como ya ocurría en «Cuatro días», moldeado en plantilla y atravesado por el tópico. A partir de una premisa-cliché –la reunión de los citados hermanos para asistir al funeral de su padre, al que odiaban– García regresa a sus temas favoritos –la familia y sus afectos contradictorios; la rebelión contra el legado de la filiación; la redención como regalo del destino– en una película que, entre la comedia y el drama, fuerza el despertar a la vida de sus protagonistas enfrentándoles a dos personajes femeninos que son pura excusa argumental (Sophie Okonedo salva a su enfermera sabia, pero Maribel Verdú tiene que lidiar con líneas de diálogo que parecen escritas por su peor enemigo), y sometiéndoles a una serie de pruebas de resistencia –la dilatadísima escena en el cementerio– a cual más inverosímil. García sigue teniendo talento con los actores (McGregor y Hawke defienden con convicción sus personajes), pero la banalidad acaba adueñándose de un material de partida que, en otras manos (pensamos en Alexander Payne), podría haber dado mucho más de sí.