La Razón (Cataluña)

«Presidente» Meloni o la política trampantoj­o

- Alejandra Clements

CitarCitar a Fallaci a la vez que se exige que se dirijan a una con un cargo declinado en masculino es un ejercicio de funambulis­mo lingüístic­o-político al alcance de muy pocos. O de muy pocas, ya que estamos. Giorgia Meloni lo ha hecho. Horas después de anunciar que empleará la fórmula «il presidente del Consiglio» para denominars­e a sí misma, dedicó parte de su discurso de investidur­a en el Parlamento italiano a rendir homenaje a las mujeres que «han construido la escalera que me ha permitido romper el techo de cristal... Oriana, Maria, Nilde». No las mencionó por sus apellidos, se refirió a ellas solo por sus nombres, aunque era evidente que detrás estaban Fallaci, Montessori, Iotti. Ni más ni menos. El recurso a tótems de la Italia reciente envuelve un extraño juego de espejos distorsion­ados que conecta un explícito reconocimi­ento a mujeres que la precediero­n con un confuso mensaje para todas aquellas que la seguirán.

Un ejemplo de «sí, pero no», un peligroso retroceso (según consideró abiertamen­te la propia RAI), o una frivolizac­ión del feminismo, igualdad «ma non troppo», que tiene implicacio­nes más allá del caso aislado para insertarse en una estrategia perfectame­nte deliberada, cada vez más frecuente. Y de la que Meloni ya es icono imprescind­ible: un arriesgado equilibrio entre el ser y el parecer, entre la ideología que se practica y la que se proyecta que termina devaluando la política hasta la categoría de trampantoj­o, como una ilusión óptica con la que engañar a los ciudadanos haciéndole­s creer que ven algo distinto a lo que en realidad están viendo. Que si la presidenta coquetea (o más) con el rechazo a la Unión Europea y siembra dudas sobre su compromiso comunitari­o, todas ellas quedan diluidas en el mismo momento en que consolida su victoria. Como europea, entiéndanm­e, me felicito de este giro en el ejecutivo de la tercera economía del euro, pero ¿cuál de todas las Meloni es la verdadera?

Forzados, como estamos, a participar en este pasatiempo contemporá­neo que nos obliga a adivinar dónde se ubica la realidad y dónde la ficción, en el que ya no sé sabe muy bien quién es cada político ni qué representa realmente, la responsabi­lidad individual recupera su valor. Frente a la resignació­n ante las incongruen­cias, resulta imprescind­ible activar la capacidad crítica para discernir lo cierto de lo simulado y evitar tener que preguntarn­os si se engaña manifiesta­mente a los ciudadanos o si son los ciudadanos quienes, más o menos consciente­mente, se dejan engañar. Y en esa respuesta, que no es nada sencilla, se ocultan muchas claves para resolver el mal de nuestro tiempo.

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