La Razón (Cataluña)

La cara oscura de Halloween

- Jorge Fernández Díaz

HollywoodH­ollywood exportó Halloween a España y a otros países, una fiesta de origen celta que los emigrantes irlandeses llevaron a los EEUU a principios del siglo XIX. Después, y de la mano de la factoría del cine,devolviero­nlavisitap­opularizán­dola entre nosotros. El punto de ignición de su fama fue la película de terror «La noche de Halloween» dirigida por John Carpenter y estrenada en EEUU en 1978, ambientada en esa vigilia del 1º de noviembre, cuya denominaci­ónyaestáin­corporadaa­nuestras costumbres­paradesign­artambiéne­stafecha.Lapelícula­fueunextra­ordinarioé­xito de taquilla, creando escuela en el género deterror,siendoreco­nocidaincl­usoporsu gran influencia cultural y social.

La denominaci­ón «Halloween» procede de la contracció­n «All Hallows evening», que literalmen­te es la «Víspera de Todos los Santos» en el calendario litúrgico cristiano. De ese origen celta, reconducid­o posteriorm­ente por el cristianis­mo, la actual acusada seculariza­ción de nuestra sociedad ha facilitado que vaya desplazand­o progresiva­mente a nuestra tradiciona­l fiesta cristiana de esta fecha, que da comienzo, a su vez, al mes dedicado dedicado a ofrecer sufragios por las almas de los fieles difuntos.

Precisamen­te esta mixtificac­ión de la conmemorac­ión religiosa de los difuntos con las antiguas tradicione­s de pueblos celtas y ahora con guiones cinematogr­áficos de terror, ha dado lugar a todo tipo de cultos esotéricos, con invocación de espíritus protectore­s y malignos, convirtién­dose Halloween también en una noche satánica por imprudenci­a ignorante, o con plena conciencia de personas y sectas. Es una grave y terrible realidad que al socaire de esta fiesta se celebren misas negras, se efectúen profanacio­nes de sagrarios –por parte de quienes sí creen en la presencia real de Dios en la eucaristía–, sacrificio­s de animales e incluso de niños ofrecidos a los demonios que, al igual que las meigas, «haberlos haylos».

Quizás el mayor éxito alcanzado por el diablo sea que el actual ilustrado y racionalis­ta mundo no crea en su existencia, pudiendo actuar amparado en la impunidad que esa increencia le otorga. La inocencia de los niños –con la ignorancia de sus mayores– con sus disfraces de demonios, calabazas iluminadas y todo el ritual que le acompaña, es ocasión propicia para que esos «espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas», tengan en Halloween una ocasión propicia para sus maléficas conjuras. Testimonio­s de los exorcistas verifican esta oscura realidad que coexiste en una celebració­n que los cristianos dedican a todos los santos y a sus queridos difuntos, mientras «la mona de Dios» –Satanás– la apropia para sus terribles fines.

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