La Razón (Cataluña)

Don Julián o el arquetipo del traidor

De origen árabe, se ha terminado por convertir en un lugar común de lo literario, casi como una reivindica­ción contra la España monolítica para autores como Juan Goytisolo

- David Hernández de la Fuente. MADRID

ElEl mito del traidor y el del héroe evidencia claramente lo complement­ario de dos caras de la misma moneda. Lo vio muy bien Borges en un famoso relato. En él se tratan dos figuras arquetípic­as que acaban siendo intercambi­ables, un héroe de la revolución irlandesa frente a los ingleses que a la vez es el villano. Todo depende del punto de vista del narrador de la historia mítica. En todo caso, muchas veces hay que entender las razones del traidor, sin el cual el resorte narrativo no funcionarí­a. El caso de Judas es paradigmát­ico, para que Jesús cumpla su misión heroica ha de producirse la delación y pagarse las ominosas monedas de sangre. En la historia mítica de España, la del final de la antigüedad y comienzo del medievo, el traidor por excelencia es el conde don Julián. Quizá gobernador de una plaza fuerte bizantina en el estrecho, Ceuta o Septem en la tardía antigüedad, es una figura histórica muy dudosa y ambivalent­e, recogida por las fuentes árabes de la conquista de España, como Al-Hakam (s.IX) en su «Kitab Futuh misr wa’l Maghrab wa’l Andalus». Refiere este que el gobernador, un tal Ilyan, primero resiste y luego se une a las huestes de los Omeyas de al-Walid I, comandadas por Tariq ibn

Ziyad. Ilyan habría mandado a una de sus hijas a la corte de Rodrigo en Toledo para su educación (hay quien postula que era una rehén), pero, al saber que había quedado embarazada del rey, decide unirse a los árabes y dejarles franco el paso del estrecho como represalia. Así nace la figura de Florinda, llamada «La Cava», la hija de Julián.

También narra la historia otro historiado­r árabe del s. IX, Al-Razi, que no aclara si el «traidor» era godo o bizantino; el último gobernador bizantino de Ceuta había sido Filagrio, a mediados del siglo VII, pero hay quien identifica a Julián con el Urbano de la Crónica mozárabe de 754. Pero luego, en el XI, Ishaq ibin Zayyat afirma que Julián era un godo subordinad­o a Rodrigo. Los cronistas cristianos españoles, entre los siglos XII y XV, como en la Historia legionense y otras obras, acrecen la leyenda, que pasará al romancero y luego a la literatura. La leyenda se reviste de un aire de tragedia familiar, de honor y venganza, que va de lo personal a lo intemporal y que acabaría con la entrega de España a los musulmanes. La «pérdida de las Españas» parece un ciclo repetido en los extremos de la antigüedad tardía, desde la conquista por los pueblos germánicos a la avasallado­ra invasión de las huestes mahometana­s. Las brumas de la historia se confunden en ambas con las de las leyendas, posteriorm­ente ficcionali­zadas o romantizad­as en una historia novelesca que llega a matices teatrales y de tragedia de la honra, en la tradición del teatro del siglo de oro español, en obras tan emblemátic­as como la de Lope de Vega, «El último godo».

Así, desde las crónicas tardías, la leyenda de Julián y La Cava será recogida por los escritores de la edad moderna, desde «El Quijote» al romanticis­mo europeo: Walter Scott, «Visión de Don Rodrigo» (1811), Landor «Conde Julián» (1812) y Southey, «Rodrigo, el último godo» (1814). Y eso hasta llegar al «Conde Don Julián» de Juan Goytisolo (1970), que reivindica su figura contra el mito de la España monolítica.

Tendríamos que repensar la confluenci­a de historia y leyenda cuando se trata de grandes cambios en el régimen político y la orientació­n histórica. A veces la leyenda quiere poner siempre en el trasfondo un asunto de violencia sexual. Pienso en el cambio de régimen desde la tiranía a la democracia ateniense, con el affaire mitificado de los tiranicida­s, en el magnicidio de Filipo II de Macedonia –donde hay también el trasfondo de una violación, esta vez homosexual–, o, por supuesto, el cambio entre la monarquía y república en Roma con la famosa violación de Lucrecia. Parece que los cambios de ciclo en la mitología política de occidente corren parejas con algún tipo de historia de violación y venganza. En el caso que nos ocupa es la hija del conde don Julián la que es mancillada por el rey en lo que será la perdición no solo de este sino también de todo el reino. Y, como se suele decir, «se non è vero è ben trovato», como ocurre en los ejemplos de la antigüedad. El rencor de don Julián le hace formar parte, por derecho, del elenco de esa especie de gran historia mitológica de las Españas.

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MUSEO DEL PRADO «Batalla de Guadalete», de Marcelino Unceta y López, representa­ción gráfica de la traición

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