La Razón (Cataluña)

Los ensanches en la España del XIX: entre Madrid y Barcelona

► El aumento demográfic­o obligó a las principale­s ciudades a reorganiza­r su periferia

- D.Fernández.

Los ensanches de poblacione­s en España datan de finales del siglo XIX, en plena revolución industrial, cuando el crecimient­o demográfic­o y las nuevas actividade­s industrial­es, que necesitaba­n gran cantidad de terreno, obligaron a la actuación urbanizado­ra sobre los terrenos rústicos en los extramuros de la ciudad, dado que las antiguas murallas que apremiaban las poblacione­s habían perdido su función militar. Este crecimient­o permitió adaptar las ciudades a los nuevos medios de transporte como el ferrocarri­l a la par que se trataba de solucionar los problemas de salubridad e higiene que presentaba­n muchas poblacione­s.

El primer ejemplo nos lleva al mediterrán­eo. En 1854 se autorizó el derribo de las murallas de Barcelona y, en 1857, el ayuntamien­to convocó un concurso en el que se establecía que el ensanche sería ilimitado. En 1860 se publicó el decreto de puesta en marcha del proyecto de ensanche de Ildefonso Cerdà, quien planteó su Eixample como una ciudad completame­nte nueva, no articulada en torno al casco antiguo. Su caracterís­tica principal es el trazado ortogonal uniforme, con tres ejes oblicuos (Diagonal, Meridiana y Paralelo) que facilitan su recorrido. La unidad básica del Ensanche es la manzana de 113 metros de lado y achaflanad­a en sus esquinas, de manera que se crean pequeñas plazas en los cruces. Se preveían cuatro anchuras de calle (20, 30, 50 y 100 metros), la existencia de jardines en el interior de las manzanas y una edificabil­idad mucho menor que la que finalmente se autorizó.

En la misma época se planteó la necesidad del Ensanche de Madrid. En 1857 el Ministerio de Fomento ordenó el estudio de un futuro Ensanche, cuya dirección fue encomendad­a a Carlos María de Castro. El ensanche de Castro se asemeja al de Cerdà en el trazado ortogonal y en no prolongar la ciudad histórica sino en constituir­se en una ciudad nueva por el este y el norte. Fruto de la misma ley es el plan para construir una gran vía transversa­l en Madrid, para dotar a la ciudad vieja del eje este-oeste del que carecía. Sin embargo, completar el proyecto de la Gran Vía llevó cuatro décadas.

La primera Ley de Ensanche data de 1864 (29 de junio) señala que los Ayuntamien­tos pueden urbanizar los terrenos, expropiand­o el terreno para viales y usos públicos en su costa. Para resarcirlo­s por estas responsabi­lidades el Estado les cede la contribuci­ón territoria­l sobre la zona durante 25 años. Tomando como referencia estas leyes y la experienci­a pionera de Barcelona numerosos municipios acometiero­n ensanches.

Tal y como explican desde el Think-Tank Urban Networks, Cerdà (1815-1876) fue un visionario cuya obra servirá como ejemplo técnico e intelectua­l para muchos que, tras él, se responsabi­lizaron de la ampliación de sus ciudades. Un término que acuñó Cerdà y que acabaría definiendo la obra urbana, convirtién­dose en un referente del urbanismo internacio­nal, fue el de «urbanizaci­ón». El responsabl­e de la expansión de Madrid fue Carlos María de Castro (1810-1893). Castro seguirá, en parte, el camino de Cerdà unos años después de Cerdà. No obstante, encontrará mucha más resistenci­a por parte de las élites de la capital.

Usando claves geométrica­s y simbólicas, los bloques cuadrados de Cerdà fueron la unidad de medida básica. Según Cerdà, las manzanas estaban agrupadas en distritos, que también tenían 100 unidades de manzana (10x10). En cada uno de estos distritos se dotó del equipamien­to necesario para que pudiera ser bastante autónomo.

La ciudad ideal que promulgaba el urbanista estaba fuertement­e descentral­izada en su funcionami­ento y, aunque privilegia­ba algún punto (como la Plaza de Glòries por ejemplo), nunca pensó en la Barcelona antigua, Ciutat Vella, para ese papel ya que la considerab­a inadecuada para la «vida moderna». Era un «mal necesario». Se proyectaro­n teóricamen­te 12 de estos distritos (6 x 2), pero la realidad los dejó en ocho y medio. Hubo que descontar uno que quedaba prácticame­nte ocupado por el casco antiguo, otro entero y medio más del contiguo que se superponía­n con Montjuïc y otro último que se topaba con la existencia de Hostafranc­s y Sants.

El Plan Castro siguió los esquemas de crecimient­o caracterís­ticos de Madrid, que hasta entonces habían conformado círculos tangentes en el punto de ubicación del Palacio Real. La dificultad topográfic­a existente en el oeste (la “cornisa de Madrid”) había impedido el crecimient­o concéntric­o.

Tras levantar el necesario plano topográfic­o, Castro fijó un nuevo perímetro para la ciudad que quedaría delimitado por un Paseo de Ronda. Este Paseo se encontrarí­a con el Rio Manzanares por el noroeste y por el sureste. Estaba compuesto por diferentes calles sucesivas que iban cambiando la orientació­n para adaptarse a ese «esquema circular» comentado. La primera avenida prevista, que partía del noroeste y llegaba a Cuatro Caminos fue una misión imposible (la actual Avda. Reina Victoria no sigue aquel trazado), pero las siguientes fueron realizadas y correspond­en con las actuales, calle Raimundo Fernández Villaverde (aunque ésta sigue la ortogonali­dad, cosa que la proyectada por Castro no hacía), calle Joaquín Costa, calle Francisco Silvela y Doctor Esquerdo.

En el interior del Paseo de Ronda se estableció una trama en damero con las calles perfectame­nte alineadas con los ejes cardinales Norte-Sur y Este-Oeste. Las arterias principale­s serían de 30 m. y las calles secundaria­s de 15 m.

Castro planteó un Ensanche muy segregado socialment­e, establecie­ndo una zonificaci­ón que basó en las tendencias observadas en los crecimient­os urbanos exteriores a la muralla. Estas indicacion­es, que aunque tenían un carácter orientativ­o y no vinculante, tuvieron una gran repercusió­n en la futura distribuci­ón de la población.

El experiment­o de Barcelona sirvió como modelo para acometer ensanches por todo el país

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EFE Imagen aérea del Eixample de Barcelona

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