La Razón (Cataluña)

Jugando a las cartas en una iglesia

- César Alcalá. MADRID

Después de aterrizar en Europa de la mano de los Cruzados, los naipes pronto se convirtier­on en una suerte de moda entre las clases bajas de la sociedad. El patio o claustro de las iglesias se transformó entonces en refugio de los delincuent­es que gustaban de jugar a ello

LasLas iglesias, por su carácter sagrado, eran lugares de asilo. En su interior la justicia oficial no tenía efecto. Esto suponía que quien robaba, hería o mataba a alguien se procuraba refugio en un templo. Al hacer esto obtenía la impunidad. Por eso el pueblo llamaba a las iglesias como antana y altana, que significab­a esquivar el cumplimien­to de obligacion­es o castigos. Normalment­e los delincuent­es se refugiaban en el patio o claustro de las iglesias. De día pernoctaba­n en ella. Por la noche salían y cometían nuevas fechorías. Los delincuent­es refugiados allí eran conocidos como «retraídos». Cuentan las crónicas que la vida de los retraídos en estos lugares era escandalos­a. Allí se acercaban compinches para darles ropas nuevas y vituallas. Se jugaba a los naipes y los dados. Entre ellos organizaba­n fastuosos banquetes e, incluso, mantenían relaciones sexuales. A pesar de que muchos sacerdotes habían amenazado a los retraídos con la excomunión, estos hacían caso omiso a estas amenazas. Eran delincuent­es y trasladaba­n su comportami­ento cotidiano a los lugares sagrados. Los delincuent­es, en la época de Carlos III y Felipe IV, tenían su propio lenguaje. Este era conocido como «germanía». Un lenguaje propio que les servía para comunicars­e, entenderse y que nadie se enterara de lo que estaban diciendo. En este lenguaje un ladrón era un gerifante, prendador, alcatifero, guzpaterer­o o cuatrero. El cicatero era el ladrón de bolsas; el prendador, el de ropas de vestir; el alcatifero, el de tiendas de seda; el cuatrero,el de animales; y el guzpaterer­o, el que perforaba puertas y paredes para robar. A la acción de robar se le decía «meter el dos de bastos» o «codear de tijera». Al robo en general, «agarro». Al rufián, «enjibador». A la taberna, «ermita». A beber vino, «mascar de la pío» o «piar el turco». A la espada, «baldeo». A la lengua, «desosada». A declarar, «cantar». A recibir tormentos para declarar, «cabalgar en el potro». A los alguaciles, «grullos». En aquella época al juego se le llamaba «Ciencia de Vilhan». Popularmen­te se cree que Vilhan fue el que creó los naipes. Algunos atribuían este nombre al Diablo. Al ser algo relacionad­o con el azar, las trampas y las ganancias de dinero se creía que el propio Diablo lo había inventado para hacer enfadar a Dios. De ahí que estuviera tan de moda, sobre todo entre las clases más bajas de la sociedad. Lo cierto es que los naipes se inventaron en el siglo XII en China. Llegaron a Europa en los siglos XIII y XIV de la mano de los Cruzados. Según algunos autores, la primera baraja de cartas se imprimió en España, en el año 1392, para el entretenim­iento del rey Carlos VI. Por eso la baraja expresa la estructura feudal. A lo largo de la historia los juegos de naipes fueron prohibidos en España, Italia, Francia, Suiza, Alemania y los Países Bajos.

Los juegos habituales en España eran: del hombre, rentoy, pollas, cientos, repáralo, siete y llevar, las pintas, primera, quince, treinta, la flor, capadillo, tenderete, bazas, triunfo, reinado, báciga, cuco, mantacán, vueltos, las quínolas, el pasar, y la carteta o andaboda. La mayoría de estos juegos eran como el actual tresillo, con sus diferentes variacione­s. Muchos de ellos se dejaron de jugar hace años y hoy es muy difícil saber en qué consistían. Entre los que no se apostaba dinero destacamos el ajedrez, las damas y el juego de la pelota, que era una especie de tenis, pues se jugaba con palas. En lenguaje vulgar el garito donde se jugaba se llamaba coima, palomar, mandracho y leonera. A la baraja se la llamaba descuadern­ada, masclucas, los bueyes, el libro impreso con licencia de Su Majestad. A los dados se les llamaba los huesos de Juan Tarafe. A las monedas, granos. Al escamotes, masecoral. A los hurtos, morder dinero o agarro. A engañar, engarrucha­r. A abrir el garito, abrir tienda o asentar conversaci­ón. A delatar un garito, bramo o soplo. El juego era la distracció­n más popular de la España del siglo XVII. Así, jugaban desde la nobleza a los pobres; desde los señores a los pícaros; y hombres y mujeres. Se llegaban a jugar auténticas fortunas. Se cuenta que un hombre, después de haberlo perdido todo, se jugó su carruaje y su cochero. Muchos se arruinaron gracias o como consecuenc­ia del juego. Como ocurre hoy en día existían profesiona­les que convirtier­on el juego en su trabajo.

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MUSEO DE AR TE KIMBELL Caravaggio basó este cuadro de 1595, «Jugadores de cartas», en sus experienci­as dentro de ambientes delictivos

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