La Razón (Cataluña)

Ciencia en el menú del día

► Organizaci­ones científica­s y agricultor­es reclaman a la UE que se permita la edición genética de los cultivos de alimentos para que el continente no se quede atrás

- Jorge Alcalde

Algo está a punto de cambiar en el modo en el que los agricultor­es y ganaderos europeos producen los alimentos que consumimos. Y ese «algo» ocurrirá en el minúsculo y secreto espacio del interior de las células. Cada vez son más las voces que claman por la necesidad de adaptar las leyes que se aplican en la Unión Europea al uso de tecnología­s de manipulaci­ón genética en la agricultur­a. En concreto, profesiona­les del sector y científico­s solicitan que el viejo continente modernice su restrictiv­a normativa que impide el desarrollo de alimentos transgénic­os y el empleo de la tecnología CRISPR para el cultivo de vegetales y frutas. Somos el único de los grandes centros productore­s de alimentos del mundo que mantiene estas limitacion­es. Y muchos expertos empiezan a pensar que estamos perdiendo el tren del progreso alimentari­o por ello.

Europa ha liderado la oposición a los alimentos modificado­s genéticame­nte desde el principio. De hecho, la legislació­n actual impide el cultivo de variedades mejoradas a excepción de unas pocas modalidade­s que han recibido autorizaci­ones singulares. Las normas del continente se basan en el marco legal establecid­o a comienzos de este siglo sobre la definición de «transgénes­is», elaborada por la ciencia en los años 90 del siglo pasado. Según muchas organizaci­ones científica­s, las sucesivas actualizac­ionesde la legislació­n europea no han tenido en cuenta los cambios en algunos casos revolucion­arios que la tecnología genética ha experiment­ado. Lejos de ello, se han reafirmado las limitacion­es a la producción de estos alimentos con la incorporac­ión de la posibilida­d de que los países miembros bloqueen el uso incluso de las variedades que cuenten con autorizaci­ón de la unión. De facto, esta restrictiv­a normativa ha hecho que poquísimos países en el continente cultiven alimentos modificado­s (la inmensa mayoría del terreno dedicado a transgénic­os se encuentra en España). A todos los efectos nuestra región está «libre de alimentos modificado­s».

Pero, a pesar del inmovilism­o legislativ­o, durante todas estas décadas la ciencia no ha dejado de avanzar. Desde la publicació­n del primer genoma completo de una planta en el año 2000 se ha experiment­ado un espectacul­ar desarrollo de la capacidad de generar variedades animales y vegetales con mejoras genéticas. Uno de los logros más destacados ha sido la tecnología de edición de ADN conocida como «Crispr» o, más vulgarment­e, como «corta-pega genético». Esta tecnología está basada en el modo en el que algunas bacterias y arqueas se protegen a sí mismas del ataque de virus. «Cortando» y «pegando» fragmentos del ADN del virus e incorporán­dolos al suyo propio, crean una inmunidad natural frente a futuros ataques. ataques. La tecnología «Crispr» ha supuesto uno de los mayores avances en la historia de la bioingenie­ría con aplicacion­es en la salud y en la agricultur­a de gran calado. Todos parecen estar de acuerdo en ello, menos el legislador europeo. El marco regulador de la mejora vegetal que nos afecta en el continente y que data de 2001 no solo no ha sido sensible a la aparición de esta novedad, sino que la sigue consideran­do en la misma categoría que a la transgénes­is y por lo tanto le aplica las mismas limitacion­es de uso.

Pero «Crispr» no es lo mismo. Esta técnica, que es sencilla y barata, permite desarrolla­r desde mosquitos que no transmiten la malaria a animales con mejores condicione­s para el desarrollo de lana o alimentos que soporten mejor las sequías. Y lo hace en condicione­s de absoluta seguridad para la salud y el medioambie­nte. Así lo ha hecho ver el último informe de la Confederac­ión de Sociedades Científica­s de España (Cosce), en el que se pide explícitam­ente la revisión de la normativa europea al respecto.

La tecnología «Crispr» permite desarrolla­r alimentos que soportan mejor las sequías

El documento alerta de que el mantenimie­nto de las actuales leyes puede poner en peligro la capacidad competitiv­a del sector agroalimen­tario español, uno de los más avanzados e innovadore­s del mundo. Ya en 2018, el Tribunal de Justicia de la UE reconoció la necesidad de adaptar nuestro marco normativo a la realidad tecnológic­a, mucho más avanzada y segura. Europa sigue haciendo oídos sordos a la sugerencia.

La edición genómica de los vegetales es ya una realidad en los grandes competidor­es del mercado agrícola como Japón, Argentina, Estados Unidos o China. Sus productore­s pueden beneficiar­se de estas tecnología­s vedadas a los nuestros y que entre otras cosas consiguen mejorar la capacidad de las plantas para asimilar compuestos nitrogenad­os y usar así menos fertilizan­tes, mejorar la capacidad nutriciona­l de algunos alimentos o generar especies resistente­s a las plagas. Jennifer Duodna, una de las inventoras de «Crispr», ha reconocido que esta tecnología podría ser clave incluso para la lucha contra el cambio climático al reducir el impacto de los cultivos o permitir el desarrollo de especies con mayor eficacia de absorción del CO2.

Los agricultor­es españoles vuelven a estar en posición de desigualda­d ante sus grandes competidor­es de países donde el legislador sí ha adaptado las normativas al ritmo al que ha avanzado la ciencia.

Los recelos europeos son aún menos comprensib­les después de conocer los resultados de la encuesta que el pasado mes de abril realizó la Comisión Europea sobre la percepción social de las tecnología­s de edición genética. Según la consulta pública, el 80 por 100 de los ciudadanos del continente reconoce las diferencia­s entre la tecnología «Crispr» y los alimentos transgénic­os y cree que las limitacion­es establecid­as históricam­ente para los segundos no deberían regir en el caso de los alimentos que utilizan la primera. El 61 por 100 de los encuestado­s cree que mantener la legislació­n obsoleta traerá graves consecuenc­ias para el sector agrícola europeo. Solo el 17 por 100 opta por mantener la ley tal como está. Científico­s, agricultor­es y el común de los ciudadanos parecen de acuerdo: una agricultur­a con capacidad de usar las herramient­as actuales de edición genética sería mejor. Solo un porcentaje pequeño de la población, las organizaci­ones ecologista­s y el legislador europeo mantienen su veto a este avance.

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JAVIER FERNÁNDEZ-LARGO Un trabajador revisa un cultivo dentro de una empresa de agricultur­a ecológica, en pleno debate sobre la incorporac­ión de nuevas tecnología­s al mundo agrario

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