¿De quién es el arte de los presos de Guantánamo?
HaceHace ya un tiempo que la comunidad internacional viene preguntándose acerca de la capacitación del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, para ejercer como tal. Poco o nada ayudan decisiones como una de las últimas que ha tomado su Ejecutivo, contradiciendo una medida que él mismo apoyó y promocionó cuando era el segundo de Barack Obama en su Administración. En 2009, el Departamento de Estado permitió que varias obras de arte creadas por los presos de Guantánamo –una de las irregularidades carcelarias más flagrantes de Occidente, donde asesinos probados y meros investigados están forzados a convivir en condiciones que rozaban lo infrahumano– salieran del centro de internamiento internamiento a modo de gira. Tras una serie de exitosas exposiciones, los cuadros (alrededor de un centenar) ahora no pueden salir de la base norteamericana: «Se trata de obras pertenecientes a Estados Unidos. No pueden salir del país sin su permiso», explican desde el Pentágono a «The Art Newspaper».
La decisión ha provocado que varios presos, ante la imposibilidad de vender obra revalorizada con el paso de los años, hayan puesto en manos de sus abogados la pertinente denuncia. Asociaciones sin ánimo de lucro, como «Healing and Recovery after Trauma», les ayudan en su batalla legal. Sobre todo, cuando se trata de presos sin apenas recursos que, con la venta de los cuadros, buscan dotar de apoyo económico a sus familias. Algo que, hasta el año 2017, se podía hacer sin ningún impedimento, momento en el que la Administración Trump paralizó unas ventas que Biden prometió regularizar.
Más allá de la trama misma de la financiación, que nos devuelve un dilema obvio (¿a dónde va a parar realmente el dinero de la venta de los cuadros cuando estamos hablando de presos que mantienen, posiblemente, lazos con organizaciones terroristas), pero también una cuestión ulterior. La polémica de la propiedad de las obras, como producto del trabajo en las prisiones, evidencia lo roto del sistema estadounidense, que encuentra en sus encarcelados una mano de obra barata, eficiente y poco organizada. Podemos hablar de terrorismo, pero también debemos hacerlo de esclavismo moderno.