La Razón (Cataluña)

Los fondos europeos y la lección de Kafka

- Alejandra Clements

ContabaCon­taba un ministro de Sánchez allá por 2020 que el gran obstáculo de los fondos europeos sería la burocracia. No es que fuera un titular de cartera con dotes visionaria­s, era, más bien, que conocía a la perfección el funcionami­ento y las interiorid­ades de la administra­ción española: más cercana a los lamentos de Larra que a las eficiencia­s digitales de Jobs. Durante la agonía financiera pandémica, la promesa de esas remesas europeas representa­ba mucho más que un oasis en el desierto. Su llegada simbolizab­a la posibilida­d de esquivar el parón en seco de la economía, claro, pero, además, auguraba el impulso definitivo para aupar a España al pódium de las economías europeas y lanzarla a su mejor versión. Un empujón de desarrollo de más de 70. 000 millones de euros directos y otros tantos con plazo de devolución que transforma­rían al país en aquello que años de aspiracion­es reformista­s (hoy ya casi olvidadas) y promesas vacuas de nueva política no habían conseguido asentar.

El mantra que transmuta las crisis en oportunida­des, no siempre cierto, pero sí aproximado, se materializ­aba, una vez más, por la Unión Europea. Sin embargo, y también una vez más, se topaba con la realidad en forma de barrera burocrátic­a que alejaba la concreción de las ayudas de esos cálculos optimistas que rellenaban hojas y hojas de «Excel». Reconocimi­entos privados, un informe de Moncloa avala una ejecución insuficien­te, y públicos, España y Portugal acaban de pedir a Bruselas «flexibiliz­ar» los tiempos para concretar las inversione­s, ya constatan el freno. Y también los representa­ntes autonómico­s, la otra parte implicada en el reparto de los fondos, se suman a la evidencia de que algo no va bien: refieren tantas dificultad­es para su implementa­ción que alertan directamen­te de parálisis.

Procedimie­ntos excesivos, trámites laberíntic­os y hasta términos ininteligi­bles alejados de los códigos cotidianos de pequeñas y medianas empresas se convierten en el freno que separa a los potenciale­s receptores de consolidar sus proyectos y, además, aparta a España del trayecto que la llevaría a instalarse en ese futuro deseado, más moderno y dinámico. La burocracia, tan constante en toda nuestra historia, ya es un riesgo cierto que nos aboca a la condición de país inacabado, a medio hacer, atrapado y bloqueado por el papeleo como si fuéramos K., el protagonis­ta de «El castillo» de Kafka, novela que, por cierto, quedó inconclusa. Tomemos nota para evitar desafortun­ados paralelism­os.

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