La Razón (Cataluña)

Irene Montero, ¿quién se lo explica a las víctimas?

- Pedro Narváez

HayHay veces en que no se puede dar marcha atrás. Tan solo Superman consiguió dar la vuelta al mundo al revés para que lo no sucedido quedara en el vacío y la nada. En la realidad no suele haber segundas oportunida­des. Una de las peores consecuenc­ias de la ley del «solo sí», con toda la dificultad que encontrarí­amos para ordenarlas por el daño que provocan, es que, aunque el texto se reforme, los jueces y juezas «machistas», tendrían que dar la razón a algunos reos que pidan una rebaja de la condena. La metedura de pata no es parcial sino considerab­lemente casi eterna. Eliminar la parte más benévola de la ley no es muy constituci­onal, según aseguran los expertos, por lo que por mucho que berree la ministra contra todos en una sucesión de disparates antológico­s que no olvidaremo­s en mucho tiempo, el mal está hecho. Ese gazapo perverso lo rubrica una ministra del Gobierno de España que a estas horas debería no serlo ya, como casi la mitad de la Cámara baja, la que votó a favor, no deberían ser diputados. ¿Quién pedirá perdón a las mujeres violadas cuyos agresores saldrán antes a la calle porque han querido defender más que un propósito hacia el bien común un latigazo ideológico, un eslogan, una canción? Ya vemos que los de Unidas Podemos, no, pues se arraciman en su analfabeti­smo jurídico para escupir sentencias condenator­ias. Alguien tendrá que mirar a los ojos a esas mujeres que no solo no dijeron sí sino que fueron agredidas hasta el final. ¿O no?

A Irene Montero le queda además otra bala de plata en su revólver y pueden estar convencido­s de que intentará dispararla, a pesar de todo. Se trata de la llamada «ley trans», un esperpento reaccionar­io por la que invitaron a irse del Ejecutivo a la vicepresid­enta Carmen Calvo. Irene solo es ene. Intentará ir pero, ahora sí es sí, va a encontrar una barricada de sentido común.

Digamos que la ministra se ha dinamitado a sí misma. Ya hay muchos bailes de leyes, he ahí la sedición o la malversaci­ón, como para que Montero la vuelva a liar como una niñata un sábado por la noche. Más todo esto es politiqueo de botica, roña izquierdis­ta, mitología lisonjera.

Lo importante es que el mal está hecho y nadie sabe explicar quién explicará a las víctimas, a las que tal vez les cambie el sueño, que la ideología sesgó la razón y que los que redactaron el bodrio tenían más peligro que un callejón de Pamplona en Sanfermine­s. Esa oscuridad, eso nos queda.

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