La Razón (Cataluña)

Hoy, Jesucristo Rey del Universo

- Jorge Fernández Díaz

FueFue instituida esa Solemnidad Litúrgica por el Papa Pío XI con la Encíclica «Quas Primas» el 11 de diciembre de 1925, al cierre del año Jubilar establecid­o para conmemorar precisamen­te el XVI centenario de la celebració­n del Concilio de Nicea en 325 . Fue este encuentro un acontecimi­ento de particular relevancia en la bimilenari­a Historia de la Iglesia por ser el primero ecuménico –es decir universal–, y ser el que condenó la herejía arriana, que negaba la Divinidad de Jesucristo. El siglo IV había comenzado con las terribles persecucio­nes del emperador romano Dioclecian­o, y se celebró gracias al apoyo del emperador Constantin­o, quien con el Edicto de Milán del año 311, había establecid­o la libertad religiosa en el Imperio. Debido a ello no pocos Obispos de los que asistieron al cónclave procedente­s de todas las tierras cristianas, todavía tenían en sus carnes las marcas de las torturas padecidas durante aquellos terribles acontecimi­entos. En 1925, se vivían las consecuenc­ias de la Primera Guerra Mundial, que durante más de cuatro años había asolado gran parte del territorio europeo de la antigua Cristianda­d, y el Papa Pío XI señaló las causas «supremas» que en su opinión la habían generado. Para él, este cúmulo de males que había invadido la tierra había sido porque «la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley divina, tanto en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernació­n del Estado». Por ello aseguró que no cabría una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos, mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el Imperio de Jesucristo, único Salvador de la humanidad. «La paz de Cristo en el reino de Cristo» sería el objetivo del texto magisteria­l, apoyado en las Sagradas Escrituras tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento que afirman a cada paso la Realeza de Jesucristo, «especialme­nte en los corazones de los hombres». «Desterrado­s Dios y Jesucristo de las leyes y gobernació­n de los pueblos (…) no puede menos de seguirse una violenta conmoción de toda la sociedad...» Profética afirmación pues apenas 14 años después, en 1939, se desencaden­aría la Segunda Guerra Mundial, precedida de la guerra Cristera en México al año siguiente –preludio de la Guerra civil española– entre 1926 y 1929, donde los cristianos morirían ejecutados al grito de «Viva Cristo Rey». Precisamen­te, en ese año de 1929, Jesucristo pidió, por medio de la Virgen, la Consagraci­ón de Rusia al Inmaculado Corazón de su Madre por parte del Papa, para evitar la guerra mundial que estallaría diez años después. Malograda una providenci­al oportunida­d para el bien de la humanidad.

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