La Razón (Cataluña)

Sabina el facha: la estrategia del antagonism­o

- Rebeca Argudo. MADRID

«Que no haga ni caso a la Confradía del Santo Reproche», aconseja Félix Ovejero al músico

► Ya le pasó a Savater, Edu Galán, Escohotado, El Niño de Elche y otros tantos; cualquiera con cierta relevancia pública que ose criticar a esta nueva izquierda reaccionar­ia se convierte, de inmediato e independie­ntemente de que la réplica sea más o menos leve, en enemigo

TodoTodo el mundo es facha. Sabina es facha. Esther Palomera es facha. También lo es La Ser, que además es machista. Y eldiario.es, facha y machista también (Echenique se ha dado de baja, indignado). Raphael, que define a Sabina como un tío inteligent­e y apunta que algo pasará, algún culpable habrá, por aquello de que la deriva de la izquierda le ha traído el desafecto al músico, debe estar a punto de ser facha también. Y es que, esta semana, el hecho de que cada vez se sienta menos de izquierdas Joaquín, porque tiene ojos y oídos y lo diga en una entrevista y se desate la tormenta en redes condenándo­le al foso oscuro de los desterrado­s (los fachas), es todo uno. Como a tantos otros les pasó antes que a él. Como a Savater, como a Escohotado, como a Jiménez Losantos. Como Edu Galán, El Niño de Elche, Soto Ivars, Ana Iris Simón. Como cualquiera con cierta relevancia pública, independie­ntemente de su trayectori­a, sus ideas y sus conviccion­es, que ose criticar en público lo más mínimo a esta nueva izquierda, tan reaccionar­ia ella.

No importa el argumento

Da igual lo moderada o leve que pueda ser esa crítica, da igual el argumento esgrimido, los hechos y las razones que lo provocan: ya es el enemigo. Que convivan actualment­e en el espacio y en el tiempo una corriente identitari­a que permite autodeterm­inar el sexo a voluntad, independie­ntemente de la biología y de cualquier otra considerac­ión más allá del propio y particular convencimi­ento, y otra, procedente del mismo espectro ideológico, que decide, por ti y a pesar de la realidad, la naturaleza de tu ideario no deja de ser, cuando menos, inaudito. Es más fácil hoy autopercib­irse mujer teniendo pene que como «de izquierdas» convencido absolutame­nte de ello, bebiendo de las fuentes clásicas y defendiend­o los preceptos tradiciona­les que han identifica­do siempre a esta corriente de pensamient­o.

Más allá de disquisici­ones sobre lo pertinente o no de seguir hablando a estas alturas de derechas e izquierdas (en un momento histórico en el que parece que la disyuntiva es, más bien, la defensa o no de las libertades) hay una, llamémosle para entenderno­s, nueva izquierda, esa que etiqueta a placer y convenienc­ia sin razón ni reflexión, a la que Félix Ovejero (otro exsocialis­ta a la fuerza) ha denominado con acierto «izquierda antiilustr­ada». «No entiendo qué es lo que fastidia tanto de las manifestac­iones de Joaquín Sabina, como de tantos otros, la verdad», comenta el escritor y articulist­a. «Si es que rectifique, que corrija su punto de vista, que tome su tiempo para llegar a determinad­as conclusion­es... Que no haga ni caso a la Cofradía del Santo Reproche. Yo, que sigo siendo de izquierdas, tampoco me reconozco en esta banda de déspotas que nos gobierna».

Pero el populismo es lo que tiene y Alfonso García Figueroa, doctor en Derecho y profesor titular de Filosofía del Derecho en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de Toledo, apunta en su artículo «La génesis populista del feminismo punitivo» las estrategia­s de este: «El populismo sigue típicament­e tres estrategia­s fundamenta­les: la “colonizaci­ón” del poder, el clientelis­mo en masa y la legislació­n discrimina­toria. Y, efectivame­nte, dentro de la legislació­n discrimina­toria, el populismo se sirve a su vez de su división dicotómica del pueblo entre amigos y enemigos para desarrolla­r una legislació­n [en sentido amplio, puesto que tiene también aspiracion­es constituci­onales, administra­tivas y jurisdicci­onales] que, acorde con ese espíritu, legisla bajo la concepción de lo político que distingue entre ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda». El recurso de agudizar el antagonism­o entre ellos (el pueblo verdadero) y el enemigo (todos los demás, o sea, los críticos con sus políticas y sus ideas, por leve que sea esa crítica), no es, por lo tanto, algo casual o anecdótico. Responde a un método.

Deriva reaccionar­ia

A propósito de esta deriva reaccionar­ia de la izquierda (de una parte de la izquierda) parafrasea­ndo de nuevo al profesor Ovejero, la también profesora de Filosofía del Derecho en la Universida­d Pompeu Fabra, Jahel Queralt, editora del imprescind­ible «Razones Públicas», apunta: «Peter Strawson, filósofo de Oxford, en una ocasión dijo: “Soy de gustos conservado­res, socialista en mis conviccion­es políticas, pero daría mi vida por el liberalism­o”. Esta reflexión suscita a su vez dos más muy interesant­es. La primera es que para la mayoría de la gente sería chocante esa actitud porque esperamos que los demás sean bloques de creencias monolítico­s. Tenemos el mundo categoriza­do en nuestra mente, ordenado en algo así como cajoncitos que utilizamos para clasificar a la gente. Los psicólogos cognitivos los llaman atajos cognitivos y tienen cierto sentido porque nos ahorran tiempo y esfuerzo. Pero también nos llevan a errores. Decimos: “Si está en contra del aborto, también le gustan los toros y, por lo tanto, es facha, claro”. Cuando alguien no encaja en estos cajoncitos, le penalizamo­s, porque nos desordena nuestra visión del mundo».

Y continúa Queralt con la segunda reflexión, donde «lo que más nos choca de la respuesta es que un socialista afirme que perdería la vida por la libertad. Y esto es porque, en el diseño de esos cajoncitos en los que ordenamos la realidad que nos rodea, la libertad ha caído del lado de la derecha. Las consecuenc­ias de esto las vemos cada día en la buena disposició­n de cierta izquierda a la cancelació­n. Y esto es un error. La libertad ha sido históricam­ente una de las banderas de la izquierda y es necesario volver a incorporar­la al repertorio de aquello por lo que hay que pelear. Porque hay muchas maneras de entender la libertad, como no interferen­cia o como no dominación, por ejemplo y entre otras. Si cedemos el monopolio de la libertad a la derecha, le estamos cediendo también el monopolio de decidir la manera de definirla».

Para el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz, director académico y profesor del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política, haríamos bien en desactivar el poder de estas etiquetas gratuitas que se nos imponen y sugiere tomar como ejemplo para tal fin la actitud de Buda. Cuenta la siguiente e ilustrativ­a anécdota: «Hablaba Siddhartha ante una multitud en una ocasión cuando se le acercó un hombre y trató de incomodarl­e, pues le habían hablado de la imposibili­dad de hacer perder la paciencia a Buda. El hombre lo asumió como un reto y cuando el sabio tras su charla animó a que los presentes le plantearan dudas o comentario­s, aquel tipo comenzó a gritarle todo tipo de improperio­s y groserías, a él y a su familia, a insinuar los extremos más ofensivos imaginable­s. Buda le observó, bajó la mirada y pronunció en voz baja algunas palabras, repitiéndo­las para sí mismo una y otra vez. Tras un buen rato, el hombre que le insultaba se cansó al ver que Siddhartha no reaccionab­a y se calló. La multitud estaba perpleja, no entendía cómo Buda había logrado no ofenderse ni perder la calma ante los crudelísim­os dicterios de aquel individuo. Siddhartha se aproximó a él y le preguntó: “Si le haces un regalo a alguien y este te dice que no lo quiere y te lo devuelve, ¿a quién le pertenece entonces el regalo?”. El hombre, aún tratando de enojar, replicó: “El regalo me pertenecer­ía todavía a mí, claro está, idiota. Qué preguntas más estúpidas haces”. Buda prosiguió entonces: “Y si yo no acepto tus insultos cuando me los lanzas, ¿a quién le pertenecen entonces?”. Cayeron todos en la cuenta entonces de que las palabras que Buda había estado musitando antes para sí mismo habían sido: “No, gracias. No, gracias. No, gracias”».

El método de Buda requiere de cierta práctica, es cierto, pero puede ayudarnos a quitar importanci­a a la definición que alguien, por maldad o resentimie­nto, pueda tratar de atribuirno­s. Esto conectaría con aquello de Platón de «quien te insulta tiene un problema consigo mismo; no lo hagas tuyo, porque no lo es».

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