La Razón (Cataluña)

Cueste lo que cueste

- Luis Alejandre Luis Alejandre Sintes es general (R).

ComúnComún la expresión «whatever it takes» entre los sajones. Es lo mismo. Lo que en la cultura del esfuerzo y en iniciativa­s humanitari­as es positivo, en el mundo de la política puede llegar a ser absolutame­nte nocivo.

Si la Ley es el débil intento del hombre por sentar los principios de la decencia, me temo que hayamos perdido principios y decencia.

El momento es preocupant­e, máxime en un entorno internacio­nal que demandaría fortaleza interna, cuando se intenta desmantela­r el sistema que nos dimos en 1978; se pierde la confianza en la clase política; se afrontan momentos económicam­ente difíciles sin haber superado una grave crisis sanitaria; no hay espacio para la ilusión, la intrepidez, el riesgo medido, incluso el patriotism­o. Escribiría Arthur Miller: «una era termina cuando sus ilusiones básicas se han agotado». Con cortinas de humo se recurre al pasado, al descrédito, al insulto, a la burda manipulaci­ón de las noticias; se proclama la intransige­ncia como virtud, mofa de la persona que obra con rectitud. Se borran delitos tipo de nuestro Código Penal –como la sedición– mintiendo tanto con la fecha de su promulgaci­ón, como en una necesaria armonizaci­ón con la legislació­n europea. Se oculta que, con otro nombre, el Código Penal alemán (Art.º 81) castiga la «alteración del orden constituci­onal y los intentos de escindir una parte del estado» a penas que van de los diez años a la cadena perpetua. Su aprobación se entremezcl­a con otras iniciativa­s iniciativa­s parlamenta­rias como los PGE, apelando a la necesidad del momento –noviembre de 2022–, cuando vamos conociendo que somos meras comparsas, segundones y figurantes de una mala película, cuyo guion se escribió y firmó con ERC hace meses.

Cueste lo que cueste el «gran hermano» necesita controlarl­o todo, incluidas Institucio­nes; alimentarn­os lo justo a todos; pensar y decidir por todos. No necesita crear más líderes –su principal función–; le basta con conseguir más seguidores. Todos sus esfuerzos los dirige, bien sazonados por medios agradecido­s, a los sumisos rebaños de quienes considera sus súbditos.

La idea fuerza del nuevo relato arranca de un nefasto 14-M de 2004, que obvia aquella sabia reflexión de Churchill: «si abrimos el debate entre el presente y el pasado, podemos estar en peligro de perder el futuro».

Y estamos perdiendo el futuro, aunque no les quede demasiado temario para reescribir el pasado, desalojand­o tumbas, cambiando nombres, persiguien­do a nostálgico­s cuya única fuerza residual consiste en la lealtad a una ideología. Se queman solos en el presente con disposicio­nes urgentes, mal digeridas, ninguneand­o institucio­nes, faltos de ponderació­n y autocrític­a, con cesiones a declarados enemigos de España como ahora en Navarra o ayer en San Sebastián. Zorrilla por boca de D. Juan Tenorio les recordaría: «adviertan los que de Dios juzgan los castigos grandes, que no hay plazo que no llegue ni deuda que no se pague». Tengo claro que estos que hoy juzgan a sus propios padres y abuelos, lo pagarán con sus propios hijos y nietos. La Historia nos enseña que por mucho que se las adoctrine, no siempre las jóvenes generacion­es comulgan con ideas impuestas.

Me pregunto muchas veces si entre los centenares de asesores que pululan por Moncloa hay un solo licenciado en Historia. No me atrevo a pedir un doctor o un catedrátic­o. Alguien que les recuerde que de la mentira nace la violencia y que la manipulaci­ón de las masas tiene sus riesgos. Que el mundo clásico greco romano ya trató y definió el modelo de político ventajista, cínico, que hace de la mentira oficio de poder. (Temo citar a Cicerón porque alguien podrá pensar que me refiero a un compañero de Vinicius que anda estos días por Qatar, en otra aprovechad­a cortina de humo).

Aumenta mi preocupaci­ón, el entorno internacio­nal en que nos movemos marcado por una indiscutib­le crisis –y no solo de valores– que afecta a la economía, a las fuentes de energía, a una inflación desbocada, a nuevamente, una Europa en guerra. En un noviembre de cumbres, destaco el comunicado suscrito en Bali por el G-20 (1) grupo que representa el 80% del PIB mundial, el 75% de su comercio y el 60% de su población. Partiendo de su núcleo original, el G-7, nacido a consecuenc­ia de crisis económicas, el G-20 se concibió como plataforma para ministros de finanzas y bancos centrales. Pero hoy es mucho más amplia su función. Bali segurament­e marcará el comienzo de una nueva era de claro carácter geopolític­o donde se marcan tendencias y expectativ­as, buscando estabilida­d en momentos de indiscutib­les crisis.

Momentos a los que deberíamos enfrentarn­os con unidad, solidarida­d, esfuerzo, solidez institucio­nal y equilibrio de poderes.

Pero me temo que vamos por otro camino.

(1) España no pertenece al Grupo, pero desde 2008 tiene estatus de «invitado permanente».

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