La Razón (Cataluña)

Noviembre, otra vez

- Abel Hernández

ComoComo tengo dicho, Noviembre es mi mes. En Noviembre nací a la luz de un candil, porque no había llegado aún la luz eléctrica al pueblo. Vine al mundo en el cuarto de afuera, el cuarto del reloj, de la casa que da a la plaza, la casa de mis antepasado­s. Ahora me avisan de que está derrumbánd­ose. Soy el último que ha nacido allí, y hasta han puesto una placa en la fachada recordándo­lo. El día que nací nevaba y los españoles estaban en guerra. Aunque parezca mentira, hay hoy políticos insensatos en España que vuelven a atizar el enfrentami­ento de unos contra otros.

Como ven, vengo de muy lejos. Pero quiero hablar de Noviembre y del paso inexorable del tiempo. Para ello recurro a la memoria, que, con los años, se convierte en mina y refugio. Recuerdo que a estas alturas las yuntas estaban ya paradas, retozando en la dula. A mediados de Noviembre –dice el refrán– si no has sembrado, no siembres. El campo se oscurece y no sobra el tapabocas ni la manta de cuadros. Ya se fueron los pastores a la Extremadur­a y la Sierra se ha quedado triste y oscura. Los pueblos se recluyen y acurrucan sobre sí mismos. Las nubes se agarran a la Alcarama y pronto bajarán las «moscas blancas». Los trujaleros preparan el hato para el trujal, y las mujeres, el cesto de la costura y el farol para el trasnocho.

Era como si se pararan todos los relojes. Luego, con el paso de los años, uno comprueba, cada cumpleaños, en su propia carne que el tiempo se acelera vertiginos­amente. Dice Michael Michael Ende: «Existe una cosa muy misteriosa, pero muy cotidiana (…) Muy pocos se paran a pensar en ella. Esta cosa es el tiempo. Hay calendario­s y relojes para medirlo, pero eso significa poco, porque todos sabemos que, a veces, una hora puede parecer una eternidad y otra, en cambio, pasa en un instante». Así es.

Hace días que pasaron las grullas, he recogido los membrillos –este año ha habido mala cosecha– y no ha vuelto aún el petirrojo. El jardín está cubierto de hojas secas. He encendido la chimenea. Sentado junto a la lumbre, vuelo con la imaginació­n hacia el Norte, en sentido contrario de las grullas y las ocas salvajes, hasta la vieja casa donde nací un día de Noviembre que nevaba y los españoles estaban en guerra. La casa, como digo, se está cayendo. Recorro despacio cada estancia de la misma: el portal, el somero, la salita del balcón, los cuartos, la despensa, la majada, la cocina apagada…

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