Enzensberger, muere un gigante del pensamiento europeo
► Premio Príncipe de Asturias en 2002 y gran referente de la posguerra, el escritor alemán fallecía ayer a los 93 años
MeMe llega la noticia de que ha muerto Hans Magnus Enzensberger, y enseguida se tiene la tentación de «pensar en titulares» y creer que ha muerto el último de los gigantes. Y no es fácil saber si es o no el último, pero sin duda es uno de los últimos, porque sin duda fue un gigante. Poeta, pensador, novelista, autor teatral, publicista, incluso autor de libros para el público infantil, paradigma del éxito en todos los campos a los que se asomó, Enzensberger es uno de los productos más acabados de la generación de los sesenta, de aquellos escritores que creyeron con fuerza en la presencia de los autores, en la intervención en la vida pública desde las letras. Miembro desde muy joven del llamado Grupo 47, protagonista del renacer de las letras alemanas de la posguerra (del que también formaron parte Günter Grass y muchos otros), Enzensberger empezó abriéndose paso con una potente voz poética y títulos como «Defensa de los lobos», antes de iniciar una obra ensayística marcadamente política en la que opinó sobre todos los grandes temas de la sociedad contemporánea, desde la teoría de los medios al terrorismo islámico, desde las migraciones a la teoría del turismo.
Un hombre sin fronteras
Indiscutible pensador de izquierdas, nunca fue fácilmente clasificable: se negaba a enrolarse, a formar parte de grupos, y mantuvo siempre su independencia crítica y su opinión con frecuencia polémica, y en muchas ocasiones original: su definición de personajes como Adolfo Suárez y Mijail Gorbachov como «héroes de la retirada» marcó una época. Como suele ocurrir con los gigantes, su opinión no dejaba indiferente a nadie.
Enzensberger fue un gran escritor, un gran prosista de la lengua alemana, pero sucede en más de una ocasión que cuando un escritor se dedica al ensayo, al pensamiento, como lugar preferente de su creación, no se le reconoce en la misma medida que a otros creadores. Por eso no solía estar entre los repetidos candidatos al Nobel, y por eso cuando en 2002 recibió el Premio Príncipe de Asturias no obtuvo el de las Letras, sino el de Comunicación y Humanidades. «Por la hondura y la extraordinaria variedad de una obra que incluye la poesía, el ensayo, el pensamiento filosófico y científico, el drama, el reportaje, la reflexión política y la narración», justificaba el jurado, antes de añadir: «Estas manifestaciones, reflejo de un abierto cosmopolitismo, de una acusada honestidad intelectual, de una gran inquietud por las cuestiones sociales y de un marcado componente ético, constituyen una valiosa aportación al debate contemporáneo porque ofrecen un agudo análisis crítico de los grandes problemas que afectan a las sociedades actuales, como las perversiones del poder o los totalitarismos».
Ha dejado una obra de más de cincuenta volúmenes, la mayoría traducidos al castellano (como a todaslaslenguasdecultura). Cómo no recordar títulos como «El corto verano de la anarquía», «Perspectivas de guerra civil» o «Elementos
para una teoría de los medios de comunicación». Le interesó todo. Mi breve experiencia como traductor suyo es haber traducido uno de sus libros infantiles, «El diablo de los números», y si la traigo a colación aquí es porque uno tenía la sensación de que sobre todo lo que estaba leyendo era, en ese momento, la obra de alguien apasionado por las matemáticas (¡también por las matemáticas!), alguien para quien los asuntos de la Humanidad no tenían fronteras.
Con Enzensberger se va un representante como pocos de la cultura del papel y el libro, y su marcha es una oportunidad para pensar acerca de esa cultura. Su ámbito natural fue la reflexión extensa, la que contrasta pros y contras, desarrolla ideas y las somete al análisis crítico. Una cultura que necesita espacio, rechaza la simpleza y no se niega a ningún argumento. La representación de la complejidad. La única que es capaz de intentar abarcar un mundo tan complicado como el nuestro. La antítesis de los eslóganes binarios, las frases hechas, los discursos
discursos que ponen etiquetas. Cuando él mismo se refería a las etiquetas que le habían puesto a lo largo de su vida, decía simplemente que en todas había parte de verdad. Esa aceptación de la opinión ajena como depositaria de al menos una dosis de veracidad es una enseñanza que no deberíamos desdeñar en esta hora de luto.
Un luto que debiera ser activo. Esta es la tarde para salir a las librerías y buscar un título de Enzensberger que aún no hayamos leído. La tarde para ir a la estantería y releer otro que sí hayamos leído, pero cuyo eco empezaba ya a desdibujarse en nuestra memoria. Por fortuna, la voz de los gigantes es como la luz de las supernovas, las estrellas que estallaron hace millones de años pero cuyo brillo nos sigue llegando. La desaparición física de un autor no es más que el comienzo de la pervivencia de sus palabras.
«Deja como legado más de cincuenta obras con un fuerte compromiso europeísta»
«Creía en la cultura que rechaza la simpleza y no se niega a ningún tipo de argumento»