Una noche inolvidable en el Auditorio
CRÍTICA DE CLÁSICA «EINSTEIN ON THE BEACH» de Philip Glass. Intérpretes: Suzanne Vega (narradora). Collegium Vocale Gent. Ictus Ensemble. Dirección musical: Tom de Cock y Michale Schmid. Dirección del coro: Aria van Nieukerken. Auditorio Nacional. Madrid
La primera de las «óperas retrato» de Philip Glass llegó al CNDM con un semi-montaje escénico bajo concepto de Germaine Kruip que mezclaba distintas formas de ruptura: en primer lugar, la de los propios códigos de un concierto. Con entrada y salida libre por parte de los espectadores y una muy cuidada iluminación de Nicolas Marc, la sensación al acceder a la Sala Sinfónica era la de evento grande que superaba los protocolos y la etiqueta, y que hacía obvia una cierta sensación de familiaridad. Otra ruptura, la más importante, era la musical: Glass compuso «Einstein» cuando ya se había convertido en un músico reputado por la depuración de sus formas en la estética minimalista. Su unión con el espíritu creativo de Robert Wilson, el dramaturgo y director de escena, dio lugar a una ópera vivencial, abierta en su manera de integrar al público y capaz de enfentar temáticas complejas sin emitir juicio alguno o incluso asumiendo que una parte del público va a pasar por alto el mensaje para centrarse en la apuesta estética o sonora. Esta última es una ruptura parcial, siendo honestos. La música se consume a menudo como parte de una experiencia meramente estética, obviando los fantasmas y conflictos tras las notas.
La obra contaba con una narradora de excepción, un mito dentro de la canción de autor de la talla de Suzanne Vega, que se acercó a su labor intentando evitar protagonismo alguno y huyendo de una lectura dramatizada dramatizada en exceso. Los versos abstractos de Christopher Knowles, Samuel M. Johnson o Lucinda Childs se deslizaron sin anclajes rodeados de un coro de altísimo nivel (el Collegium Vocale Gent), que articuló numeraciones y notas musicales construyendo un tejido sonoro tímbricamente magnífico. Parte de las dificultades de la obra radicaba en cómo sustanciar la presencia de Einstein. El científico lleva inherente una dualidad que hay que trasladar a la partitura: por una parte, el físico representante del futuro y por otra el catalizador indirecto de la más absoluta de las barbaries. Glass logra solamente a medias convocar la presencia de Einstein, aunque la labor en este sentido del violinista Igor Semenoff fue espectacular.
También magnífico el resto del Ictus Ensemble, con los teclados de Jean-Luc Fafchamps y JeanLuc Plouvier, y la flauta de Cryssi Dimitrou. Noche inolvidable, en resumen, no ya por la calidad sino también por lo poco común (desgraciadamente) de la propuesta. No hubo abandono masivo de la sala como ocurre en otras ocasiones. De hecho, la ovación final fue acorde al esfuerzo, y haciendo pensar que aquel éxito en su estreno en el Festival de Aviñón en el año 1976 reconocía la suerte de estar presentes en un momento extraordinario.
O, como susurraba Suzanne Vega, «these are the days, my friends...».