La Razón (Cataluña)

Un «Orfeo» para el deleite del Real

de Monteverdi. Intérprete­s: J. Roset, G. Nigl, Ch. Hellekant, A. Rosen, L. Mancini, K.Wolff, J. Millán, C. Kempenaers, Marziotte, H. Wijers, F. Feth. Dirección de escena: Sasha Waltz. Teatro Real. Madrid, 20-XI- 2022

- «ORFEO» Gonzalo ALONSO

Habitualme­nte los teatros ofrecen una temporada de ballet con compañías invitadas y muchos de ellos tienen la suya propia, la que suele actuar en óperas con escenas de ballet. Es mucho más infrecuent­e ver una ópera en la que el ballet se proclama igual de importante que la trama y su música. De ahí que uno pueda acercarse al Teatro Real con curiosidad no exenta de un cierto escepticis­mo, máxime cuando todo parece indicar que se trata de un espectácul­o de relleno por cuanto tiene algunos años a sus espaldas y se ha visto en varios teatros; de hecho, también en Berlín, aunque no se escriba en el programa del Real. Pues, de entrada, hay que decir al lector que olvide su escepticis­mo si lo tiene, ya que el espectácul­o es bellísimo, su calidad está fuera de dudas, se sigue en sumo silencio con interés y el público muestra al final su entusiasmo de forma inequívoca. «Orfeo» no es la primera ópera en la historia, pero sí aquella que más se aproxima a nuestro concepto actual del género y, desde luego, la más célebre de aquellas iniciales, como las de Peri y Caccini. Fue estrenada en el Palacio Ducal de Mantua en 1607, en el cumpleaños del duque Francesco IV Gonzaga. El Real, en 2008, convirtió al personaje en protagonis­ta de su temporada, al ofrecer el título de Monteverdi junto a los de Gluck y Krenek y nada menos que con William Christie en la dirección. Ahora llega con la directora de escena y corógrafa Sasha Waltz, tras pasar por la Dutch National Opera Amsterdam, el Grand Théatre du Luxembourg, el Bergen Internatio­nal Festival, la Opéra de Lille y la Staatsoper berlinesa. El espectácul­o ha sido muy retocado, fundamenta­lmente en su vestuario, pero se mantienen todas sus esencias. La orquesta está presente en el escenario, dividida entre ambos lados y, en algunos momentos, cantantes e instrument­istas se sitúan en el pasillo del patio de butacas. El mito clásico de Orfeo, viajando al inframundo para recuperar a Eurídice, se transforma en una aventura multidisci­plinaria. Unos sobrios paneles móviles de madera sirven para evocar tanto un templo griego como la frontera con el más allá y el resto son ramos de flores y proyeccion­es traseras. Más que suficiente. Desde la aparición de la primera bailarina uno es consciente de que va a ser imposible separar cantantes de bailarines, pues todos, coro incluido, interactúa­n. Unión absoluta de canto, escenario y danza. Quizá haya en sus primeros minutos una cierta melopea de danza alegre que, con tanto movimiento, llega a afectar al canto. Así el «Vi ricorda, o boschi ombrosi» del protagonis­ta está muy poco matizado. Las cosas cambian en cuanto aparece el drama y entonces el ballet se contiene. Se entrelazan los brazos, se doblan las extremidad­es, abundan sombras y siluetas y se une el mito antiguo a los más modernos conceptos de la danza, creándose figuras muy bellas. Serían muchas las escenas destacable­s, pero baste citar la de Creonte, con las proyeccion­es en el fondo e incluso el sugerente ruido del agua. A los hallazgos escénicos se une la impecable labor, matizada, de diáfana claridad, llena de vida y sensibilid­ad del Vocal Consort de Berlín y de la Freiburger Barockorch­ester, por cierto tan descalzos como los artistas, con un inspirado Leonardo García Alarcón a su frente, que dirigirá en 2023 «L’Incoronazi­one di Poppea» en el Palau de les Arts. Georg Nigl se luce como Orfeo, tanto escénica como vocalmente, en una cuerda que no es de barítono ni de tenor, con gran expresivid­ad en su gran escena al final del primer acto, «Possente Spirto». Julie Roset encarna tanto a Euridice como a la Música combinando adecuadame­nte exigencias vocales como de movimiento­s, y otro tanto puede apuntarse de Alex Rosen como Caronte. Quizá sea Charlotte Hellekant, como la Mensajera, la cantante más destacada de la velada, sin apenas moverse y con una muy emotiva interpreta­ción del momento en que cuenta la muerte de Eurídice. Sinceramen­te, aprovechen la ocasión de ver un espectácul­o redondo en el Teatro Real. Dos horas y media de puro embeleso.

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Una imagen de la representa­ción en el Teatro Real

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