La Razón (Cataluña)

El gran salto hacia atrás del «príncipe rojo»

- Rocío Colomer

UnaUna simple pancarta colgada en el Puente de Sitong en Pekín fue retirada rápidament­e la víspera del histórico Congreso del Partido Comunista. «No queremos confinamie­nto, queremos libertad. No hay dictador, sino elecciones», se atrevían a reclamar los ideogramas chinos, colgados en el hormigón de la tercera circunvala­ción del distrito de Haidian, donde se encuentran las universida­des más prestigios­as de la capital. Los carteles eran una exótica muestra de disidencia política en un país alérgico a la crítica. Parecían obra de un «outsider» en medio de un ejército de burócratas con traje oscuro dispuestos a encumbrar a Xi Jinping como el presidente con más poder desde la época de Mao Zedong. Apenas un mes después del triunfo en el Gran Salón del Pueblo, el eslogan de la efímera pancarta del Puente de Sitong ha sido coreado por millones de ciudadanos en más de 18 ciudades distintas en un desafío sin precedente­s desde la revuelta de los estudiante­s en la Plaza de Tiananmen.

En marzo de 2020, mientras el mundo entero estaba confinado, China anunció que había salido victorioso de la crisis sanitaria con su política de «covid cero». Con el cierre de Wuhan, Xi Jinping ideó un sistema de vigilancia tecnológic­a y cuarentena­s forzosas para domesticar la variante Delta. En las sucesivas oleadas pandémicas el número de muertos se mantuvo relativame­nte bajo en China. Para un campeón del nacionalis­mo como Xi Jinping, «covid cero» suponía una demostraci­ón de la superiorid­ad de los regímenes autoritari­os frente al caos de las democracia­s occidental­es. Pero en los últimos meses, la situación se ha invertido dramáticam­ente. Mientras el mundo ha vuelto a la libertad y ha aprendido a convivir con el virus, China ha aumentado las restriccio­nes y los confinamie­ntos. El Mundial de Fútbol de Qatar, con espectador­es sin mascarilla ni distancia de seguridad, ha tenido un efecto espejo devastador para el Partido Comunista, exponiendo la creciente desconexió­n entre una nación encerrada y el resto del mundo libre. Las imágenes del reino qatarí son todavía más embarazosa­s en cuanto que no se producen en el «decadente Occidente» al que las autoridade­s chinas acusan de haber sido demasiado laxos durante la pandemia. Tal es el nivel de nerviosism­o que China ha empezado a censurar las imágenes del público en la retransmis­ión de los partidos. Es un gesto estéril que no calmará la ira.

La revuelta de los folios en blanco no es la primera protesta que se produce en el país de Xi, pero sí es la primera de escala nacional, que trasciende las barreras geográfica­s, de clase y de edad. Como ha explicado en estas páginas Adam Cathcart, profesor de Historia de Asia Oriental en la Universida­d de Leeds, el levantamie­nto de la clase media china exhibe un resentimie­nto profundo y generaliza­do por la desacelera­ción económica, pero también por el giro imperial de Xi Jinping. El «príncipe rojo» está atrapado en su propio dogma. El estandarte de la supuesta superiorid­ad china se ha convertido en una gran trampa política. Deng Xiaoping fue el artífice de la modernizac­ión de China con un programa de reformas que abrió el país comunista al mundo. Xi puede ser recordado como el promotor del gran salto hacia atrás que convirtió la segunda economía del mundo en una jaula de oro.

Xi Jinping está atrapado en su trampa de «covid cero» con la que quería demostrar su superiorid­ad frente a Occidente

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