La absoluta reina del caos
En 1991, Balagueró publicó el primer número de un fanzine cuyas páginas ciclostiladas rezumaban pasión hacia el cine extremo. Por sus seis entregas, «Zineshock», esa «revista de cine oscuro y brutal», se pasearon, entre otros excelsos invitados, Lucio Fulci, el «gore» necrófilo de Jorg Buttgereit, las «mondo movies» y el «trash porno» («¡botas negras y látigo de cuero!»). Esas páginas sintetizaban una sensibilidad afín a las mazmorras viscosas del fantástico más radical, con un pie en Bataille y otro en el cine «snuff», que cristalizó en sus dos primeros cortos, «Alicia» y «Días sin luz». En «Venus» hay rastros evidentes de ese mundo siniestro, macabro, cocinado en las catacumbas del inconsciente: en ese edificio de la periferia madrileña de paredes desconchadas, que solo parece habitado por un aquelarre de vecinas polanskianas, lideradas por una memorable Magüi Mira; en esa «sirvienta» que parece imaginada por un Clive Barker adicto al látex; en esa colección de dientes que una niña guarda en una caja de recuerdos nada inocentes. Son las ideas más felices de una película que vuelve a los orígenes del universo Balagueró, ahora teletransportado al «mainstream» en una hibridación, no siempre equilibrada, entre la orgía satánica, el apocalipsis lovecraftiano y el narcothriller. No es un cóctel nuevo, porque el cine extremo francés lleva años practicándolo en títulos como «Frontière(s)» o «La horde». Balagueró utiliza la excusa del robo de una bolsa llena de éxtasis para introducir a Lucía, su heroína, una Ester Expósito que lleva tatuado en la frente el DNI de la «final girl», en un universo sobrenatural que bebe tanto del costumbrismo suburbial del terror autóctono como de la relectura feminista del «slasher».
Lo mejor
►El sentido de lo macabro de Balagueró, que nos remite a sus orígenes en el cine
Lo peor
►La trama del narcothriller funciona solo como catalizador y va perdiendo fuerza
Como decíamos, la mezcla de géneros no siempre resulta orgánica: así como la amenaza exterior, encarnada en los narcotraficantes que persiguen a Lucía, parece un truco de guion para encerrarla en su refugio infernal, el sangriento viaje iniciático de la protagonista, que somete a su cuerpo a todo tipo de heridas y vejaciones, demuestra lo bien que se lo pasa Balagueró cuando practica un cine de género descarnado y libre de todo prejuicio, próximo a los clásicos de lo subterráneo que defendía con juvenil vehemencia cuando aún ni siquiera era cineasta.