La Razón (Cataluña)

Lo que no pudo hacer el presidente

► Su padre, que se pasó a la política y gobierna Liberia, era una leyenda del fútbol, único africano con un Balón de Oro. Pero nunca pudo disputar un Mundial

- Francisco Martínez. MADRID

George Weah era un fantástico goleador de los años 90 al que sufrieron el Real Madrid, en la Copa de la UEFA, y el Barcelona, en la Copa de Europa, cuando el delantero africano estaba en el PSG. A Europa había llegado de la mano de Arsene Wenger, al que se lo habían recomendad­o para el Mónaco. Después explotó en París y sus actuacione­s le llevaron al Milan, donde firmó, por ejemplo, un gol saliendo desde su propia área, una carrera de casi cien metros dejando atrás rivales con su zancada y esquivando a los que le salían al paso. En 1995 ganó el Balón de Oro. Es el único africano que lo tiene y fue el primero en conquistar­lo cuando el premio se abrió a jugadores de todo el mundo, y no solo europeos, como era hasta ese momento. Después de colgar las botas, George Weah comenzó su carrera política y desde 2018 es el presidente de su país de nacimiento, Liberia, que llevaba desde finales del pasado siglo y ha estado durante gran parte de este en una guerra cruel que el futbolista sufrió en las carnes de su familia. Siempre trabajó para defender a los necesitado­s, con academias para evitar que hubiera niños soldado. Lo que no logró George Weah fue participar en un Mundial. Estuvo cerca en el de Corea y Japón de 2002, pero no pudo ser, y por eso ahora, en Qatar, es como si estuviera disputando el primero...

«Está viviéndolo a través de mí. Está emocionado, feliz», asegura Timothy Weah, el hijo menor del delantero, que juega para Estados Unidos. ¿Por qué el hijo del presidente de Liberia juega para Estados Unidos? Primero y fundamenta­l, porque nació y creció allí. Weah padre conoció a su mujer, Clar, en Nueva York. Clar es jamaicana y emigró con su familia a la ciudad de los rascacielo­s, donde estudiaba enfermería, pero trabajaba en el Chase Manhattan Bank, donde se gestó el amor. En 1993 se casó con el futbolista, que estaba en su mejor momento. Terminaron instalándo­se en Nueva York y, aunque el atacante siguió su periplo por Europa (Chelsea, Manchester City, Marsella) e incluso Abu Dabi (Al-Jazira), en cuanto podía cogía el Concorde y en cuatro horas estaba con su familia.

Cuando Liberia se quedó a un punto de jugar el Mundial de 2002, Timothy apenas tenía dos años. Creció en academias de fútbol en Estados Unidos, en Florida y, sobre todo, en Nueva York, en el Red Bulls. Con 14 años, cuando ya era una promesa, se fue a Francia, para ingresar en el PSG. Era el lugar ideal porque conocían el club por su padre y tenían familia allí. Cuando llegó en la plantilla había futbolista­s como Ibrahimovi­c o Di María y cuando alcanzó el primer equipo en 2018 coincidió con Neymar, al que idolatraba: alucinó al poder entrenar con él. Pero precisamen­te la nómina de fichajes en ataque dificultó, al menos, que intentara desarrolla­rse ahí (sí logró debutar) y se fue al Celtic, aunque donde mejor se está expresando es en el Lille, con el que ganó la Ligue1. Es internacio­nal absoluto desde 2018, aunque juega con el equipo norteameri­cano desde la sub’15. Nunca tuvo dudas de cuál era su selección.

En su debut en Qatar marcó el primer gol de Estados Unidos a Gales y en el vestuario le estaban esperando el presidente, orgulloso, y la primera dama de Liberia, que es quien le ha dado mejores consejos, según reconoce él, y que tiene decenas de proyectos solidarios. Tim, que lleva tatuado en una mano el símbolo de la paz, se enfrenta a Países Bajos en busca de los cuartos de final por segunda vez en la historia de su país.

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