La Razón (Cataluña)

El Congreso de las palabras prohibidas

- Alejandra Clements

Sabemos,Sabemos, gracias al diario de sesiones del Congreso, que Clara Campoamor defendió el sufragio femenino en un intenso debate el 1 de octubre de 1931. Sabemos, gracias al diario de sesiones del Congreso, que Manuel Azaña argumentó que el Parlamento debía ser el «centro de gravedad de la política española» y que lo hizo el 9 de marzo de 1932, en plena antesala de la Guerra Civil, cuando la tensión ambiental empezaba a deslizarse hacia lo irrefrenab­le. Sabemos, gracias al diario de sesiones del Congreso, que mientras se celebraba el pleno de investidur­a de Leopoldo Calvo Sotelo, el 23 de febrero de 1981, al silencio que se hizo tras el llamamient­o al diputado Núñez Encabo le siguieron un «¿qué pasa?» y el ya histórico «todo el mundo al suelo». Sabemos todo esto y, sabrán las generacion­es futuras, también por el diario de sesiones del Congreso, del tono vulgar, ofensivo y marrullero que acompaña al escaso nivel dialéctico de la XIV Legislatur­a. O no. Quizá no lleguen a saberlo.

Porque ese notario para la historia que son las actas del Hemiciclo, ese reflejo de lo que sucede en la sede de la soberanía nacional, está a punto de sucumbir ante una nueva versión de esa especie de censura que aspira a reescribir los hechos eligiendo los términos o debates más válidos o adecuados, distinguie­ndo entre lo permitido y lo prohibido. Tentacione­s correctora­s, como de pequeños demiurgos, a las que está cediendo la presidenta del Congreso Meritxell Batet: en apenas dos semanas ha pedido que se eliminen la palabra « filoetarra», pronunciad­a por una diputada de Vox en referencia a Bildu, y la acusación de Irene Montero al PP de «promover la cultura de la violación». Un borrado a medias que, en realidad, se mantiene entre paréntesis y con un asterisco que remite a que esas expresione­s han sido «retiradas».

Un intento de maquillaje, avergonzad­o a medias, que aspira a distorsion­ar los hechos sin lograrlo, pero que no debería almibarar un ambiente de decadencia y degeneraci­ón en una Cámara cada vez más huérfana de debates de la profundida­d y la solvencia intelectua­l que tendrían que marcar el camino de la España del futuro. Lejos de eso (salvando, por supuesto, a todos los diputados que trabajan a diario con seriedad y rigor y respetan tanto a los ciudadanos que representa­n como al escaño que ocupan), lo que ocurre hoy en la Carrera de San Jerónimo se resume en un carrusel de insultos, en un esperpento desnortado. Y eso es, precisamen­te, lo que el diario de sesiones debe reflejar como el más cruel espejo de 2022 para la historia. También, claro, el más fidedigno.

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