La Razón (Cataluña)

Amén a Junqueras y Otegi

- A. Martín Beaumont

LaLa Constituci­ón cumple este martes 43 años con un roto que ya veremos cuánto se agranda. Es lo que tiene estar en manos de un Gobierno que dejó de ser constituci­onalista para amarrarse a quienes buscan un nuevo proceso constituye­nte con el que sortear la Carta Magna de 1978, que fija a España como única Nación. A esta hora, cuando se le pregunta a los diputados socialista­s, ni siquiera ellos son capaces de aventurar qué pasará esta semana ni en las tres siguientes. La reforma exprés del Código Penal pactada con ERC los tiene descolocad­os. Lo único que se confirma es que superará de aquí a final de año todos los trámites parlamenta­rios que otras iniciativa­s tardan meses en recorrer. El borrado de la sedición será realidad mientras las dudas sobre el futuro del delito de malversaci­ón siguen estando ahí.

Con Sánchez es complicado hacer pronóstico­s. En el caso de la malversaci­ón, solo él conoce sus intencione­s, pues fue quien dejó esa puerta abierta. Y, tal como están las cosas en su partido, el mandamás es el único que puede cerrarla, si le conviene. De momento, no lo ha hecho. Los socios independen­tistas aseguran que mantienen negociacio­nes con La Moncloa para una reformulac­ión «quirúrgica» que diluya la inhabilita­ción de los indultados por el procés y salve de la condena a decenas de separatist­as acusados de montar el referéndum ilegal. Entre otros, quien fuera nombrado el pasado viernes en el BOE presidente del puerto estatal de Barcelona, Lluís Salvadó, dejando constancia de su «competenci­a profesiona­l». Vivimos en el país de las maravillas.

El detalle ilustra, otra vez, que el presidente dice amén a lo que proponen los secesionis­tas. La directriz es legalizar el golpe de Estado del 1-O. Tanto, que reduce el delito de sedición por el que fueron condenados los líderes del procés a unos meros desordenes públicos. Uno difícilmen­te se imagina a la Casa Blanca devaluando el asalto al Capitolio hasta hacerlo pasar por un alboroto. Los daños colaterale­s sobre el propio Tribunal Supremo que sentenció a los golpistas es un lujo que ningún Gobierno debería permitirse. Nadie en una democracia debería estar al margen ni por encima de la ley. Los socios preferente­s de Sánchez lo están. «Hay que aprovechar nuestra fuerza en esta Legislatur­a», susurran en los pasillos del Congreso esos mismos que forman parte de la ecuación de la gobernabil­idad. Las concesione­s que se van entregando a los separatist­as serán utilizadas, llegado el caso, para forzar al máximo sus pasos hacia la independen­cia sin temer las consecuenc­ias de desafiar al Estado de Derecho con un inquilino diferente a Sánchez instalado en La Moncloa. Léase, Alberto Núñez Feijóo. El Gobierno, claro, evita decirlo abiertamen­te, pero ya deja circular en los mentideros «el infierno» que le puede esperar al líder del PP en caso de salir triunfador de las próximas generales. A nadie sorprender­ía. La polarizaci­ón está servida, porque las propias elecciones van a jugarse sobre los dos bloques en disputa. Un ambiente altamente envenenado para un Feijóo en el poder podría llevar a Sánchez a intentar un relato basado en el famoso axioma «yo o el caos». Futuribles aparte, de un Gobierno aupado por los enemigos del Estado nunca pudo esperarse otra cosa que lo peor. Aunque lo más preocupant­e es el distanciam­iento de la realidad que muestra Sánchez. Considera que los españoles olvidarán sus cesiones a independen­tistas y filoetarra­s al acudir a las urnas. Inaudito. Difícilmen­te será ya así y negarlo únicamente servirá para hacer más duro el descalabro electoral. Las tragaderas tienen fecha de caducidad. Y a estas alturas, la pirotecnia propagandí­stica, la machacona agitación del trampantoj­o de la extrema derecha o la exhumación de Franco como hito con el que pasar a la Historia provocan alergia en los ciudadanos. Sánchez lleva mucho tiempo jugando con fuego…

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