«El tiempo de los regalos» o un viaje por Europa antes del caos
► Patrick Leigh Fermor inició su recorrido entre 1933 y 1934, justo antes de que la guerra asolara el Viejo Continente, vivencias que más tarde volcó en esta obra
Ya caneaba Patrick Leigh Fermor. Frisaba los 62 inviernos y a sus espaldas acumuló muchas experiencias. Entre ellas una memorable, que transcurrió durante la Segunda guerra Mundial, cuando formaba parte de un comando británico que operaba en la isla de Creta. Durante unos años estuvo allí, en las montañas, con los cabreros, ocultando su identidad y esquivando las patrullas nazis. Una vida al límite. Lo mejor es que en una de esas se atrevió, junto con otros jóvenes, a secuestrar a un alto mando alemán, nada menos que el general Heinrich Kreipe. Era el año 1944 y aquella gesta quedó en los anales de la Historia. Lo mejor es que cuando corrían la década de los setenta, Kreipe accedió a reunirse con sus secuestradores en una programa de televisión y charlar entre ellos. Eso es tener «Fair Play».
Pero aquí estamos, hablando de una gesta igual de épica, pero más de trotamundos. Lo que venimos a comentar es un libro que decidió escribir cuando la senectud ya era una realidad y no algo que se divisa en el horizonte. Entonces es cuando el bueno de Leigh Fermor decidió dar constancia de un viaje que emprendió en Inglaterra y que le llevaría hasta las puertas de Constantinopla. No estaba mal. Sobre todo, porque entonces era un muchacho que soñaba con aventuras y que no había destacado de manera especial en el colegio. Es por esas mocedades cuando decidió romper con la rutina y realizar un periplo que luego convertiría en un clásico de la literatura de viajes.
Castillos y nobles
La obra nació ya con vocación de perdurar. Ahí daría constancia de varios elementos de trascendental importancia. El primero, que se iba despuntando en él la curiosidad y el hambre lectora de un chico que acabaría reuniendo un montón de saberes. A lo largo de su camino disfrutó de la hospitalidad de nobles y aristócratas, se hospedó en sus castillos y también consultaría sus bibliotecas, lo que despierta mucha envidia. A través de esos libros se iría familiarizando con los pueblos, las costumbres, iría aprendiendo la complicada historia de unas naciones y unas fronteras que siempre han tenido la mala costumbre de ir evolucionando, mutando y cambiando. Pero, a la vez, también aprendió el idioma en el que estaban escritos.
No era un Erasmus lo que había decidió hacer Patrick Leigh Fermor. De sus caminatas, que le llevaron a dormir en montañas y parajes de leyenda, sacaría un manejo suelto del francés y el alemán. Pero lo más curioso es cómo al ir cambiando de paisajes y países se toparía con diversas realidades. En un momento dado vislumbraría una bandera de tres colores. Roja, negra, blanca. Era la esvástica. El emblema del Tercer Reich. Entonces resultaba imposible anticipar lo que significó después para Europa. Y cómo los hombres que lo enarbolaron acabarían con todo lo que él estaba disfrutando a lo largo de su periplo: con la amabilidad y la buena voluntad de las gentes que encontraba en cada una de sus etapas.