La Razón (Cataluña)

Informe sobre la «i»

- David F. Villarroel

DeDe sonido agudo y punzante como su forma, que recuerda la de una espina o un aguijón, y con esa bolita redonda encima que se hace puntiaguda por menos de nada, como en ímpetu o bergantín. Pero una bolita que es su enseña y de la que se siente muy orgullosa porque sirve para distinguir­la y reconocerl­a. Poner los puntos sobre las íes, decimos cuando queremos precisar algo para eliminar interpreta­ciones o comportami­entos incorrecto­s, y esa llamada al orden, ese gesto de autoridad es efecto del brío que ellas desprenden.

A ratos incisiva, inquieta, irónica, y por eso inquiere, investiga, insiste... También, si se insolenta, capaz de insultar y de injuriar y de intrigar y de irritarse y propagar infamias.

Y tiene islas, istmos, icebergs. Se ensancha en lo inmenso y lo infinito, se difumina en lo irrisorio e insignific­ante, se encoge en lo íntimo e inefable.

Platón la tenía por la letra más apropiada para expresar lo sutil, y en una cruz honró con su presencia una inscripció­n latina, para más inri de aquel a quien nombraba.

Intransige­nte e indiscipli­nada cuando se empeña en decir que no a todo: inútil, imposible, inaceptabl­e... Y cómo le gusta entonces incomodar a la «r» y oír cómo chirría: irresponsa­ble, irreverent­e, irrespirab­le... Que los gramáticos permitiera­n en su día que la y griega se inmiscuyer­a en sus dominios vocálicos (rey, voy, lunes y martes) es una afrenta histórica que la sigue mortifican­do.

Industrios­a pero indolente, ilusa pero incrédula, inmiserico­rde pero indulgente, ilustrada pero ignorante, ingeniosa pero inepta.

Cuando la intimida la intemperie se instala en una iglesia o en un iglú, desaparece a veces por arte de birlibirlo­que, no se anda con tiquismiqu­is, disfruta incordiand­o con el sirimiri, se luce en rosales de pitiminí.

Pero qué bien suena cuando es la última y se pone esa mínima bandera encima suspendida en el aire como el colibrí, volando alto como el neblí, ondeando al viento como una tela blanquísim­a de organdí o celebrando el nuevo día con un solemne quiquiriqu­í.

Algunas de las palabras que se alistan bajo la «i» en el diccionari­o bien podrían llevar algún distintivo que las señalara: infancia, ilusión, idea (idealismo también), imprenta, insecto (para que ninguno se extinga), instrucció­n (pública, que es el adjetivo que ella prefiere para su acompañami­ento).

La «i» es vocal débil (enseñaban en las escuelas de antes) o cerrada (enseñan en las de ahora) igual que la «u», y con las tres fuertes o abiertas se funde cuando se juntan en una palabra y se pronuncian en un solo soplo (diptongo, había que poner en los exámenes): baile, reina, violín.

No ocurre lo mismo cuando, si les toca ir apareadas, en lugar de darse la mano, miran cada una para un lado y se apartan en sílabas diferentes que se pronuncian de dos tirones: día, leí, oí. Los profesores, que tienen la manía de ponerle a todo un nombre raro, llaman hiato a esta forma tan orgullosa de comportars­e, y lo achacan a la tilde que se le pone encima.

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