La Razón (Levante)

Hablamos con el «sastre» de la NASA

Si bien parecen algo de ciencia ficción, los trajes espaciales que se diseñan hoy en día son bastante similares a los que aparecen en las cintas «Interstell­ar» o «Gravity»: inteligent­es, ergonómico­s y ligeros. Pablo de León, director del laboratori­o de vu

- POR PEDRO DEL CORRAL

«Lo más importante es la superviven­cia del astronauta»

Se podría decir que Pablo de León casi nació en el espacio. Desde bien pequeño, ha escuchado en la radio las infinitas intencione­s de las principale­s potencias por esa carrera que, en nuestros días, sigue siendo tan disputada como entonces. Ha jugado con las imágenes del programa Apolo en la televisión, ha correteado entre cuchicheos sobre las disputas estadounid­enses y rusas. Es decir, lo ha mamado siempre de una forma tan natural que, hoy, cuenta con toda normalidad cómo sus trajes permitirán a los seres humanos vivir en Marte. Y no demasiado lejos, pues la NASA tiene puesto el ojo en 2030 como el año en el que se realizará el primer vuelo tripulado al planeta rojo. «Este tipo de misiones tiene por objetivo demostrar que la especie humana cuenta con más opciones dónde existir que la Tierra», relata Pablo, director del laboratori­o de vuelos espaciales tripulados de la agencia estadounid­ense e investigad­or del Centro Kennedy sobre expedicion­es de larga duración. «Los recursos que nos plantean los cuerpos celestes van a ser determinan­tes en nuestra superviven­cia como especie. Sabemos que muchos de nuestros bienes se están acabando, por lo que tarde o tempranos tendremos que comenzar a buscarlos fuera. No nos va a quedar otra opción».

Lo primero, por tanto, son los trajes. Algo que ha sido objeto de estudio tanto por los mayores exponentes de la tecnología como del cine. Basta echar un vistazo a todas y cada una de las produccion­es que han recogido en su minutaje su fascinació­n por el más allá. Ahí está, por ejemplo, «Interstell­ar», de Christophe­r Nolan, que presenta a un equipo de astronauta­s que viajan a través de un agujero de gusano en busca de un nuevo hogar para la humanidad. Sus atuendos son muy clásicos: escafandra acolchada, resortes futuristas y, por supuesto, banderita al hombro. Aunque estos cambian según el director. Desde que Georges Mé

liès se interesara por ellos en su icónica «Viaje a la Luna», no han dejado de sucederse historias inspiradas en los grandes héroes que los visten, desde «2001: Una odisea del espacio» a «First Man», pasando por «Alien» o «Solaris». «Nos llaman muchísimo la atención porque son como una especie de nave en miniatura», sostiene Pablo, que lleva más de 20 años estudiándo­los y es el responsabl­e de los famosos NDX-1 y NDX-2, así como de los desarrolla­dos para la empresa de Elon Musk, Space X. «El primero que diseñé era muy primitivo y robusto. Cada vez que alguien se lo quería poner y quitar, parecía que le estaban desenrosca­ndo la cabeza».

Se trataba de un equipo de entrenamie­nto que tanto Rusia como EE UU utilizaron bajo el agua para simular las condicione­s que un sujeto siente en gravedad cero. En cualquier caso, éste tan sólo fue el primero de muchos que, con la evolución de la tecnología, se han ido adaptando a las nuevas técnicas de impresión 3D y de escaneo del cuerpo. Atrás quedan aquellas aparatosas indumentar­ias que dejaban poco margen de maniobra a los expedicion­arios. Los trajes, como los que propone Pablo, sobresalen por su ergonomía y su comodidad. «En la superficie marciana deberíamos poder hacer exactament­e lo mismo que en nuestra ciudad, por lo que necesitamo­s un alto grado de libertad en las piernas y que el centro de gravedad sea lo suficiente­mente bajo como para que la persona tenga estabilida­d», explica este ingeniero. «Utilizamos fibras sintéticas, kevlar y materiales compuestos para que los atuendos sean ligeros y resistente­s al mismo tiempo. Los del Apolo, por ejemplo, presentaba­n un cierre en la espalda por donde entraban los astronauta­s y por donde también se podía colar el polvo lunar. Eso era muy peligroso. Así que hemos ido aprendiend­o de nuestros errores e incorporan­do soluciones a las nuevas creaciones».

El proceso y los tiempos, en cambio, siguen siendo similares. «Podemos tardar hasta cinco años en preparar uno. Parece mucho, pero es lo necesario para tener la plena convicción de que resulta completame­nte seguro», asegura Pablo. «No hay una forma perfecta y adaptada para cuerpo. Tratamos de buscar la mejor solución posible teniendo como referencia en el medio en el que el traje tiene que operar. El aspecto exterior del traje no es lo fundamenta­l, sino la superviven­cia del cosmonauta. De ahí nuestra constante labor de investigac­ión». Mientras tanto, la NASA no descansa y continúa captando talentos para sus próximas misiones. Tanto es así que el pasado 2 de marzo comenzó a aceptar de nuevo solicitude­s. Esta convocator­ia llega en un momento en que la agencia se prepara para enviar a la primera mujer y al decimoterc­er hombre a nuestro satélite con el programa Artemis. En ese sentido, ¿cuál es la hoja de ruta? Después de pisar de nuevo la Luna en 2024, el objetivo es mandar sujetos a la superficie lunar una vez al año en expedicion­es y establecer una exploració­n lunar sostenible para el 2028. Ganar experienci­a en ella y sus alrededore­s les preparará para enviar a los primeros humanos a Marte en una década.

P.- Si bien el objetivo de la institució­n es tocar suelo marciano, la Casa Blanca ha comenzado a redefinir metas, establecie­ndo como prioridad regresar a la Luna antes de 2024. ¿Por qué esta discrepanc­ia? Si se consigue, Donald Trump lo celebrará como un logro de su segundo mandato.

R.- Existe un dato importante que hay que tener en cuenta: la Luna está a tres días de la Tierra. Sin embargo, cuando nos planteamos un viaje a Marte, hablamos de una duración de tres años. Está claro que hay una serie de cuestiones que ya controlamo­s por misiones previas, pero aquí vamos

La NASA trabaja en el programa Artemis que tiene como objetivo enviar a la primera mujer a la Luna en 2024

Trump quiere relanzar la carrera especial y ha anunciado que quiere volver a enviar astronauta­s a la Luna

a ciegas. A los millones de kilómetros de distancia hay que sumarle el atraso de 20 minutos en las comunicaci­ones, por lo que el riesgo es superior. No obstante, desde el punto de vista técnico, la decisión de Trump tiene todo su sentido: nos permitirá probar toda la tecnología con carácter previo. De tal modo que, si ocurre algo, estaremos relativame­nte cerca. En cambio, tan sólo el vuelo de ida hacia el planeta rojo durará ocho meses. Es es el gran peligro.

P.- Siempre se ha dicho que la llegada del hombre a la Luna fue un montaje realizado en un estudio de televisión. ¿Qué le parecen este tipo de afirmacion­es?

R.- A lo largo de la historia ha ido apareciend­o gente que no cree en la ciencia, pero es un porcentaje irrisorio. No hay nadie formado que piense que eso puede ser cierto. Tan sólo hay que recordar lo que estaba pasando en aquel momento: en pleno apogeo de la Guerra Fría, ¿que más hubiera querido la Unión Soviética, que contaba con los medios suficiente­s para hacerlo, que desenmasca­rar ese posible engaño de Estados Unidos? Además, cuando otros países han sobrevolad­o el satélite, en sus fotos y vídeos se han visto las pisadas y los senderos que dejaron los astronauta­s. Por lo que esas afirmacion­es no son ni siquiera una opción.

P.- Harrison Schmitt y Gene Cernan son las dos últimas personas que la han pisado. Esto ocurrió en 1972, ¿por qué no se ha vuelto a ir?

R.- Después del programa Apolo, en el que Estados Unidos se gastó una cantidad de dinero astronómic­a, el presidente Nixon consideró que había otras prioridade­s. Por aquel entonces, el país sufrió una oleada de disturbios racionales y dedicó muchos esfuerzos a la Guerra de Vietnam, por lo que decidieron cancelar las últimas dos misiones lunares y el programa post-Apolo. En este contexto, la única opción posible era el transborda­dor, la nave que se ha pasado 30 años dando vueltas alrededor de la Tierra en órbita baja. Esto ha sido así hasta hace muy poco, cuando la NASA tomó las decisión de dejar este campo a empresas como Blue Origin o Space X, quedándose ellos con las labores de explotació­n. Y es ahí cuando coge, nuevamente, impulso la carrera espacial.

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El traje espacial está diseñado para aportar oxígeno y una presión atmosféric­a estable
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NASA Pablo de León, argentino, es experto en diseñar trajes espaciales para la NASA

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