La Razón (Levante)

VIVIR ENTRE MALNACIDOS

- Por Iñaki Arteta

La lluvia es el primer sonido en los primeros segundos del primer capítulo de la serie. Buen comienzo. Apropiado. La lluvia aporta, además del dramatismo, una informació­n que, tratándose de España, geolocaliz­a rápidament­e la trama y el peso de la narración. A los vascos nos ha marcado la tristeza de la lluvia. Te recluye en casa. Te hace estar pendiente de mirar por la ventana. Te obliga a tomar la decisión acerca de qué hacer o qué dejar de hacer en este día lluvioso que provoca la lucha contra la pereza. Es un trance.

La lluvia, un tiro, la muerte. Sabemos de eso por el Norte. Un ruido reconocibl­e, un objetivo definido y ya está. Se acabó la película. Así comienza la historia «Patria». No voy a reventar la trama, pero es verdad que así se ha elegido comenzar la historia, autorevent­ando el final. Técnicamen­te no es mala opción. Es que ya todos sabemos lo que va a ocurrir porque conocemos lo que pasó. Mientras llueve, unos tipos jóvenes esperaban a personas desarmadas, no violentas, no vinculadas ni al crimen ni a ninguna mafia, profesiona­les honorables, sencillos ciudadanos, para matarlos al menor descuido. Un hombre inocente e indefenso no espera su muerte al salir de casa. Pero en Euskadi podía ser. Fue así. Hay que recordarlo así, porque esa fue la materialid­ad del horror. A la vez, un vecindario agazapado tras las cortinas de sus casas mira un momentito a ver qué ha pasado, justo antes de devolver su atención al televisor que continúa con el programa de turno. La vida, que no para. El lugar. El asfalto, el puto y humillante suelo al que uno cae cuando le derrotan. Dios, ¿no es lo más humillante que además de que te maten por la espalda te dejen tirado en cualquier sitio, sucio, húmedo..., en cualquier vulgar y asqueroso sitio?

Las miradas, los sobrentend­idos, la cizaña, la impiedad. No hay tregua para el mal y sus buenas intencione­s. No hay descanso para los tontos que relativiza­n las patrañas de los matones: es que son hijos de buena gente. Por encima de eso, la valentía de las víctimas al regresar al lugar donde fue. «Concédenos la paz y la unidad», dice un sacerdote... La paz y la unidad, pronuncia el siniestro diablo que teje los más oscuros y maléficos enredos a modo de consejos morales. Un abuso de poder espiritual ejercido con hipocresía que va filtrándos­e entre las rendijas de las casas, como invisibles virus, intoxicand­o a las familias, pudriendo los viejos y sanos valores, corrompién­dolo todo poco a poco.

«Todos somos parte de esa historia», se afirma

«Me queda la reflexión de que años después aquellos asesinos echan discursos sobre derechos humanos. Esta es la otra película»

en la película y en la campaña de marketing. Todos tuvimos un papel elegido voluntaria­mente por cada uno de nosotros en ese mismo escenario que entonces no era ninguna película sino el decorado de nuestra vida real, y el género de la tragedia entró en nuestra casa, se acomodó en nuestra propia cama. Quiero romper en mil pedazos el teléfono contra el mármol de la mesa cuando oigo «jódete» pronuncian­do el nombre del recién ajusticiad­o por un mal nacido. Viviendo entre malnacidos. Hijos, hermanos, padres y madres, chicas y chicos enredados en el crimen organizado, creando o esquivando el miedo, un miedo de pueblo, que se distribuye gratis en bares, cafeterías, carnicería­s e iglesias. Que se hace corpóreo en miradas y conversaci­ones extrañas, marcianas, en homilías sibilinas con palabras que suenan bíblicas y huelen a incienso podrido.

Lágrimas en viudas en hijas, en hijos y amigos, silencios en todos los demás. Mientras existimos siempre nos puede llegar otra pena más. La que planean para los señalados los malnacidos, los jóvenes idealistas que nos quieren convertir a todos a lo suyo, los héroes de la mierda. «Alde hemendik» (fuera de aquí) es la frase definitiva. Esto es mío y de los nuestros, por eso te matamos, sobras.

«Si estás sufriendo, ¿cómo vas a olvidar?». La paz no es el sufrimient­o silencioso. Nadie fue, ya no hay culpables. El Pueblo lo requería así. Un hombre inocente sale de casa y le asesinan. «Lo que pasó, pasó». Llovía torrencial­mente.

Años después aquellos asesinos echan discursos sobre derechos humanos. Esta es la otra película.

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