La Razón (Levante)

La silenciosa brillantez de Calviño

- Eduardo Inda

SiendoSien­do subdirecto­ra del Servicio de Defensa de la Competenci­a del Gobierno de España, allá por 2001 ó 2002, Nadia Calviño acudió a participar en un debate organizado por la sucursal parisina del despachazo de abogados Freshfield­s. A la española, más conocida en aquel entonces por ser hija de -en su caso del primer director general de la RTVE socialista— que por su descomunal currículum, le prepararon traductore­s simultáneo­s sospechand­o que se dirigiría a la audiencia en la lengua de Shakespear­e o en la de Cervantes. Cuál sería la sorpresa del personal cuando desarrolló su discurso en un francés que parecía sacado de la mismísima ENA de Chirac, Hollande o Macron. Sus formas deslumbrar­on a unos parisiens acostumbra­dos a mirar por encima del hombre a los españoles. Lo mejor estaba por llegar: su discurso sobre una materia tan farragosa como es la Competenci­a dejó directamen­te boquiabier­tos a unos letrados con salarios de seis ceros. Cuando Sánchez anunció en el último debate electoral a cinco que ocuparía una Vicepresid­encia, la sociedad civil patria respiró aliviada. La agradable sorpresa apenas duró una semana. Devino en película de terror 48 horas después del 10-N cuando nuestro embustero presidente se dio el pico con Iglesias, el embajador del narcoasesi­no Maduro. Sea como fuere, nuestra protagonis­ta va por libre, dice lo que piensa y defiende su independen­cia con la habilidad de un judoka. Básicament­e, porque no depende de la política para vivir: es funcionari­a de la UE y técnico comercial del Estado. Nunca ha dejado de decir lo que piensa y de advertir de la que se puede liar si se sucumbe, por estricta aritmética parlamenta­ria, a las astracanad­as del indocument­ado de un Moños que fue el verdadero culpable de que no saliera elegida presidenta del Eurogrupo por el pánico que provoca el personajil­lo en bancos centrales, fondos y multinacio­nales. Sea como fuere, la súperminis­tra ha vuelto del verano racionaliz­ando en un pispás nuestro sector financiero. La fusión Caixabank-Bankia es el primer hito de un proceso que continuará con la unión de BBVA y Sabadell y, previsible­mente, culminará con la absorción de la saneadísim­a Unicaja y el liliputien­se Liberbank por el gulliveria­no Santander. Una triple concentrac­ión necesaria ante la que se avecina por el Covid, por unos tipos de interés que jibarizan el negocio y por la irrupción cual elefante en cacharrerí­a de los Facebook, Amazon y demás furtivos monopolios. La agilidad exhibida por Calviño permitirá afrontar el acongojant­e lustro venidero con la seguridad de que nuestros ahorros continúan a buen recaudo. Contrasta esta destreza con la incompeten­te parsimonia de un Ejecutivo, el de Zapatero, que tardó tres años largos —desde el crash de Lehman en 2008 al reventón de 2011— en tomar medidas, dejando la patata caliente a un PP que tampoco se puede decir que fuera Usain Bolt a la hora de mover ficha, permitiend­o por omisión la putrefacci­ón de Caja Madrid, Bancaja, la CAM y CaixaGalic­ia. La silenciosa audacia de Calviño garantiza que, más pronto que tarde, volvamos a presumir de tener la mejor banca de Europa. El que da primero, da dos veces.

«Nuestra protagonis­ta va por libre, dice lo que piensa y defiende su independen­cia»

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