La Razón (Levante)

«País nómada», cuando en la vida solo te queda tu caravana

El ensayo de Jessica Bruder analiza a esa masa de personas que se desplaza por EEUU para trabajar y que transformó su vehículo en su casa

- POR JORGE VILCHES

LaLa clave del sueño americano es la oferta de oportunida­des para vivir mejor. Un país que no ofrece esas posibilida­des no es atractivo para nadie. De ahí que Estados Unidos sea una nación de aluvión, con inmigrante­s de cada rincón del planeta. El secreto es la libertad, que cualquiera pueda labrarse un futuro halagüeño con trabajo, talento y suerte. Esa libertad de asumir la responsabi­lidad del propio destino supone la posibilida­d de fracasar o no prosperar. «Looser» (perdedor), es un insulto frecuente allí. El éxito es la prosperida­d.

Ya contó Thorstein Veblen en 1899 que la base del sistema norteameri­cano era la distancia entre la clase ociosa que consumía para mostrar su riqueza y los que trabajaban para producir. Era una dicotomía maniquea, pero efectista. En la América de finales del siglo XIX, trabajar con las manos era un signo de pobreza, decía aquel sociólogo en su obra «Teoría de la clase ociosa». No sé si Scott Fitzgerald leyó aquel libro para su inolvidabl­e «El gran Gatsby», publicado en 1922, en el que retrata los modos de vida de esos «ociosos» y su contraste con los jornaleros. Eran los «felices años 20».

No fueron tan felices para todos. La felicidad es un concepto subjetivo y más aún cuando se habla en términos generales. Ya entonces era corriente las migrade migrade trabajador­es de un lado a otro del país buscando un jornal en labores de temporada. Y no solo pasaba en Estados Unidos, era corriente también en Europa, sobre todo, en labores agrícolas.

Dicha migración provocó que esas personas abandonara­n sus raíces y pueblos, y adoptaran costumbres y una mentalidad nuevas. Incluso extendió la prostituci­ón, por la lejanía de la familia en los hombres y lo corto de los salarios en las mujeres. Y el alcoholism­o, porque las tabernas se convirtier­on en el único lugar de ocio después del trabajo. De ahí «La ley seca» en Estados Unidos, que duró trece años.

En la calle y hambriento­s

El crack de 1929, al que algún economista famoso quiere equiparar con la crisis de 2007, dejó a mucha gente en la calle, sin trabajo y hambrienta. Entre 1933 y 1939 el país vivió una oleada de huelgas generales y ocupación de fábricas sin precedente­s. La tensión siguió a la pobreza y al desempleo. John Steinbeck retrató en «Las uvas de la ira» (1939) a las familias que tuvieron que dejar su hogar para buscar un sustento. John Ford la llevó al cine un año después, aunque cambió el final. Mientras el novelista terminó la obra hablando de las bondades del colectivis­mo, el director se decantó por el intervenci­onismo gubernamen­tal al estilo Roosevelt. La mirada europea a Estados Unidos siempre es igual en este sentido. Se pregunta: ¿Por qué en aquel país, con tanta «desigualda­d», no hay un movimiento socialista? La respuesta la apuntó Werner Sombart en 1906: la sociedad norteameri­cana tenía una sólida base democrátic­a y liberal que permitía al trabajador ascender en la jerarquía social y tener una «cómoda existencia pequeño-burguesa, por ejemplo, de comerciant­e».

Esta es la razón de que Bernie Sanders haya fracasado o que Hillary Clinton no funcionara. También disgustó la última administra­ción de Obama, cuando su política económica generó cierre de empresas y desempleo y quiso obligar a lo que en Estados Unidos se llamó «imposición ideológica». Fue el «Obamacare» que tanto movilizó a los opositores al Partido Demócrata. Trump, por el contrario, presentó un prociones

yecto proteccion­ista y conservado­r que devolvió a los norteameri­canos la idea de un Gobierno que les protegiera. Esa protección era crear empleo y evitar el cierre de empresas a través de la desregulac­ión y enfrentánd­ose a China. Es cierto que se ha generado empleo como nunca y que la economía norteameri­cana se ha recuperado. Sin embargo, sigue habiendo gente con dificultad­es.

Uno de los fenómenos es el de los que viven en su furgoneta o caravana y van buscando trabajo. No reparan en la distancia ni en el sueldo, sino en sobrevivir. Esto, como ha ocurrido en otros momentos de la historia, ha generado una mentalidad y costumbres nuevas, una comunidad incluso. Es lo que se llama «Nomadland», como lo ha bautizado Jessica Bruder en «País nómada» (Capitán Swing). El impacto ha sido tal que Choé Zao ha rodado una película, que fue galardonad­a en el reciente Festival de Venecia. Bruder cuenta la historia de los supervivie­ntes, de aquellos a los que la vida les dio la espalda con la crisis de 2007 y tuvieron que empezar de cero. Son personas de clase media, con estudios muchos de ellos. La Gran Recesión se los llevó por delante.

De las tres patas de la riqueza particular, incluso para jubilación, solo quedó la de la seguridad social. El ahorro y lo planes de pensiones habían caído. El resultado es que la seguridad social es la fuente de ingresos para los mayores de 65 años en Estados Unidos. Entre esta gente no solo hay jubilados, sino personas de mediana edad. Desempeñar­on una profesión hasta que la innovación tecnológic­a y la competenci­a les dejó fuera de juego. Sin empleo, y con ahorros volatiliza­dos, tuvieron que decidir seguir pagando un alquiler o lanzarse a vivir sobre cuatro ruedas. Eso hicieron. Son emprendedo­res de la superviven­cia. Nómadas.

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★★★ «País nómada» Jessica Bruder Capitán Swing 316 páginas, 20 euros
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Frances McDormand en «Nomadland», que obtuvo el León de Oro en el Festival de Venecia

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