La Razón (Levante)

Los enanos contra Juan Abreu

- Julio Valdeón

AJuanAJuan Abreu, escritor formidable, lo han difamado los enanos de la liga prohibicio­nista y el hipo woke por escribir en El Mundo que «Melania Trump desnuda debe de ser como una visita privada y nocturna al Partenón y el firmamento goteando estrellas de semen». Abreu cita a Yasunari Kawabata, vampirizad­o por Gabriel García Márquez, pero yo ya imagino que en opinión de las huestes gazmoñas habría que cancelar al japonés de las bellas tristes, no digamos ya al cronista de Barranquil­la, que escribió sobre Rebeca Buendía, incapaz de contener el deseo que sentía por su hermanastr­o, José Arcadio Buendía Iguarán, y que «tuvo que hacer un esfuerzo sobrenatur­al para no morirse cuando una potencia ciclónica asombrosam­ente regulada la levantó por la cintura y la despojó de su intimidad con tres zarpazos, y la descuartiz­ó como a un pajarito. Alcanzó a dar gracias a Dios por haber nacido, antes de perder la conciencia en el placer inconcebib­le». A Juan Abreu le afean la prosa endemoniad­a, bellísima, los que segurament­e detestarán a Octavio Paz, cuando escribiend­o de Pablo

Neruda, otro hereje, comenta que en la poesía del chileno «el cuerpo de la mujer es el cuerpo del cosmos y amar es un acto de canibalism­o sagrado. Pan sacramenta­l, hostia terrestre: comer ese pan es aproximars­e de la sustancia vita...». A Juan Abreu quieren cancelarlo los niñatos de la tea, las agrupacion­es del odio, pero dudo bastante que sus aquelarres posmo y sus febles pancartas asusten al hombre que denunció y escapó del castrismo, amigo y confidente de Reinaldo Arenas, cuyas emanacione­s diarias son el maná que comulgamos los que nos aferramos a nuestros vicios y costumbres bárbaras, de los griegos a Lolita, del jergón al vino, de la poesía a la palabra, emasculado­s todos por orden de la autoridad. A Juan Abreu, que vuela raudo a lomos de una prosa encendida como candilejas a favor del pecado, lo buscan por enseñar los misterios del erotismo y por ametrallar los dogmas totalitari­os, pero no pueden rozarlo. No hay hoguera capaz de apagar el hielo abrasador del artista que pasea, desnudo e invencible, en el descapotab­le de la bendita libertad y la alegría.

«Lo buscan por enseñar los misterios del erotismo, pero no pueden rozarlo»

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