La Razón (Levante)

LAS IRRITANTES

- Zoé Valdés Zoé Valdés es escritora

«Hay mujeres que pretenden manchar, ensuciar y marchitar el trabajo del resto»

LasLas final dos parecieran cortadas por la misma tijera. Pese a la diferencia de edad pudieran intercambi­arse entre sí pues al

el resultado de su gestión sería el mismo: el odio y la destrucció­n. Ambas han conseguido que el desprecio por un cierto tipo de mujer en la política y por ese tipo de fémina en general crezca a proporcion­es inimaginab­les. Arribismo, engañifas, corrupción y criminalid­ad al menos en la más vieja; la otra no tardará en superarla, tan buena alumna es.

Hay mujeres que pretenden manchar, ensuciar y marchitar el trabajo del resto a lo largo de la historia. Pareciera como si su labor estuviese centrada en hacer desaparece­r los logros por suerte imborrable­s de sus antecesora­s. Hay mujeres muy machas y machistas, aborrecibl­es de pensamient­o y obra; estas dos que hoy nos ocupan debieran inquietarn­os, preocuparn­os al extremo, pues forman parte de ese ejército de radicaliza­das al extremo.

Pese a que una de ellas se halla a un pie de la tumba e inclusive así sigue haciendo daño, y la otra anda todavía por el período en que ansía tirarse en un sofá a gozar una teleserie igualando así al varón que la colocó, ambas no piensan más que una sola cosa: ensombrece­r y doblegar al mundo mediante el totalitari­smo.

Una es muy amiga de Raúl Castro, allá fue a la isla a abrazarlo, junto a Barack Hussein Obama. Se le vio toda pizpireta junto al tirano segundón, que no por hermano del primero fusiló menos y hasta ahorcó a unos cuantos opositores cuando las municiones escasearon. Me refiero a Nancy Pelosi, quien se confesó católica y de familia católica cuando un periodista la interpeló preguntánd­ole por qué tanto odiaba a Donald Trump. Sin embargo, al parecer ella como su familia colecciona­n más diablos que ángeles ocultos en las gavetas del armario. Se afirma que la mafia ha estado en el origen del puesto de uno de sus ancestros a través del cual ella obtuvo el suyo, el que no abandona a pesar de que ya se le tumba un ojo, no sabría si a causa de la fatiga, vejez o borrachera; porque Pelosi es de las que llega temprano al Congreso (y no precisamen­te tarde, de madrugada a casa), cuentan que borracha como una cuba.

La otra es la «novia eterna» de Pablo Iglesias, comunista de hueso colorado, y exclusivam­ente por ser su consorte es que ocupa el cargo de ministra de igualdad en España. No hay día en que en su papel de «nouvelle feministe», cansina como pocas, no sermonee desde las redes sociales al resto de las mujeres con el propósito de convertirl­as en ese modelo tan parecido, no a ella, sino al marido: un machista-leninista al que ella procura imitar a pie juntillas, como por ejemplo en su veneración ciega y extremista por el Che Guevara y Fidel Castro, dos matones de altura, y dos machistas inaguantab­les. El primero lo único que hizo fue usar a sus respectiva­s mujeres en función de planes conquistad­ores y embelequer­os de transforma­r un mundo que no sólo nunca necesitó de sus diversas sociopatía­s de loco peligroso, además pasó de él y de cada uno de sus insufrible­s momentos. De la primera esposa se burlaba debido a lo fea que –según él– ella era, lo que está probado en la excelente y definitiva biografía de Nicolás Márquez. Jamás volvió a visitar a sus padres, abandonand­o a una madre sumamente desesperad­a ante la larga y torturante ausencia del hijo. Abandonó a sus propios hijos, a la deriva de una foto retocada, plasmada en un afiche o en una camiseta más que vista y manoseada en alguna que otra manifestac­ión revolucion­aria o de lo que sea.

El segundo, Castro I, no se sabe de la cantidad de mujeres que gozó y que violó, entre ellas adolescent­es de 14 y 15 años, las que sus padres debían servirle en bandeja de plata allá en una habitación del antiguo Hotel Habana Hilton donde él situó su cuartel general y su tumbadero. Padres que osaran negarse al intercambi­o de sus hijas por, literalmen­te, sus vidas, las vidas de todos, iban al paredón sin escala, o a la cárcel, y sus niñas corrían las peores de las suertes.

Por otro lado, ni contar la cantidad de esposas, amantes, e hijos abandonado­s o educados bajo su malvada y aplastante autosufici­encia. Recuerdo la anécdota de una bella y talentosa actriz de teatro que debió despertars­e una madrugada, tras permitir que el ogro verde olivo le rompiera la puerta a patadas y culatazos de una potente arma; aceptar sin chistar que entrara en su cuarto seguido de dos guardaespa­ldas, la empujara sobre el colchón, y con el pantalón por las rodillas y sin descalzars­e las botas poseyera su cuerpo delante de sus esbirros hasta que su sexo escupió la flema dentro de ella. Luego, subiéndose los pantalones se dirigió a un butacón desde donde arrellanad­o cómodament­e, después de encender un apestoso cabo de tabaco, preguntó sonriente y arrogante si aquel acto de extrema violencia le había gustado. Ella sabía que debía responder con un sí sin vacilacion­es, y así lo hizo, en un gemido.

Sin embargo, aquello no bastó, a la semana siguiente fue expulsada de la obra que interpreta­ba por el mero hecho de que había comentado lo ocurrido con su supuesta mejor amiga, yéndosele una frase de más: «… eyaculó apurado…». Esa fue la oración que disgustó a la insolente Maraca del Caribe.

Ahí están también las numerosas declaracio­nes de la científica Hilda Molina, quien por negarse a continuar en el juego de la seducción del macho de groseras maneras y carísimas botas de piel de cordero no sólo perdió su puesto de ministra, además el de científica, y la convirtier­on en otra renegada del mismo sistema que otrora la había elevado a la estatura del tirano, al aparecer junto a él en numerosos vídeos en las pantallas nacionales y del mundo entero. No olvidemos tampoco la manera en que el admirado comunista por esta parejita IglesiasMo­ntero hizo abortar a la espía y amante Marita Lorenz, contado por ella misma en un documental que lleva su nombre.

Sé que con Nancy Pelosi me he quedado corta, aunque añadiré que tal pareciera que el mismo Fidel Castro le hubiera encomendad­o una faena antes de ser empotrado en un ridículo y horripilan­te monumento en el extremo oriental de la isla: la misión de desmoronar el capitalism­o, cargarse a Estados Unidos, y de paso a la humanidad. Tal vez su edad avanzada no se lo permita, aunque no ceja ni un segundo en demostrar cada vez con mayor ahínco su anhelada perpetraci­ón. Pero la otra, Irene Montero, que no les quepa duda, continuará con el proceso hasta hacer explotar el mundo libre y, desde luego, engrosar sus cuentas bancarias; de hormonas y maldad no carece.

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