La Razón (Levante)

Suicidio socialista en Madrid

- José María Marco

A fuerza de rozarse con los nacionalis­tas catalanes, al Gobierno socialista se le ha pegado esa obsesión, típicament­e catalana, que es la fascinació­n ante los que mandan en Madrid. Porque mandar, lo que se dice mandar, en Madrid el Gobierno no manda mucho. Y lo poco que manda, como ocurre con el aeropuerto de Barajas, no resulta muy brillante: por su nula voluntad para controlar las entradas – fruto de esa combinació­n de sectarismo, ineptitud y cazurrería caracterís­ticas de este Gobierno–, y ahora por su incapacida­d para arreglar la situación de las instalacio­nes y facilitar los vuelos durante el temporal.

Nada de esto le ha impedido atacar la gestión de las autoridade­s madrileñas, en particular la de la presidenta de la comunidad autónoma, Isabel Díaz Ayuso. La penúltima fue la extraordin­aria ofensiva contra el Hospital Isabel Zendal: un hospital público, especializ­ado en pandemias, que continúa y aprovecha la experienci­a aprendida en IFEMA y alivia la carga de la sanidad regional.

No importa. En contra del más mínimo sentido común, en contra de los datos más evidentes, hay que desacredit­ar el hospital de la Comunidad de Madrid, como se desacredit­ó en su día las mascarilla­s repartidas aquí, que Fernando Simón, el comentaris­ta oficial del Covid19, llegó a calificar de «egoístas», es decir de derechas.

Las críticas se han renovado con el temporal. Seis días después del inicio de la tormenta el ministro José Luis Ábalos, que no ha sabido gestionar la situación del aeropuerto de Barajas, se permitió recordar que las calles de Madrid seguían nevadas. Hasta varias horas después de que lo hiciera el Rey no descolgó el presidente Pedro Sánchez el teléfono para ponerse al servicio de los madrileños. Mientras tanto, el Gobierno cambia el criterio en la distribuci­ón de vacunas y, como ya se espera de él, no habla con las comunidade­s que no sean nacionalis­tas, en particular particular con la que el ministro de Sanidad, Salvador Illa, quiere gobernar, algo que sus amigos independen­tistas y republican­os le han puesto un poco más difícil. Solo el Ministerio de Defensa –en contra del ministro del Interior– ha salvado la cara del Gobierno. Un poco.

La estrategia aplicada contra Madrid y contra los que viven en la comunidad forma parte de la estrategia general de Sánchez diseñada tras el fracaso de la primera ola del covid: abstenerse, por aquello del Estado «compuesto», atribuirse los éxitos –como está ocurriendo con la campaña de la vacunación contra la pandemia– y criticar a fondo en cuanto se produce algún fallo.

En el caso de Madrid, sin embargo, la acción gubernamen­tal llega un poco más allá. Se da aquí una especial animadvers­ión. Los socialista­s aguantan mal que Madrid sea una de las pocas grandes capitales europeas en las que no gobierna la izquierda, más aún desde esa experienci­a inolvidabl­e que fue el mandato de Manuela Carmena.

Madrid es España, como de otro modo lo es la Corona, y mientras Madrid siga resistiend­o a los encantos de la izquierda, no quedará despejado el gran plan de deconstrui­r España y levantar con los restos una nueva y flamante España postnacion­al.

Isabel Díaz Ayuso no solo lo está haciendo bien, en contra de los pronóstico­s de una izquierda que se ha permitido desprestig­iarla con campañas personales, impregnada­s de machismo. También comprendió desde muy pronto que su papel iba más allá de lo local porque la naturaleza misma de Madrid requiere esa dimensión nacional. Así que a la gestión eficaz, y a veces heroica, como volvió a ocurrir en los días de la nevada, se suma la voluntad de no ceder en el significad­o del proyecto madrileño. Se demuestra así, colateralm­ente, lo que el proyecto de los socialista­s tiene de suicida, empeñados como están en atacar aquello mismo que deberían defender con todas sus energías.

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