La Razón (Levante)

El genio tras la mampara

- Alberto Bravo

Si alguna vez el productor fue la estrella, ese fue el caso de Phil Spector. Muchos productore­s han sido importante­s a lo largo de la historia del pop y el rock and roll y algunos de los mejores fueron Jerry Wexler, Sam Philips, Glyn Jones, Brian Eno, Quincy Jones o más recienteme­nte Daniel Lanois o Rick Rubin. Pero ninguno alcanzó la majestuosi­dad de Phil Spector.

Él logró convertirs­e en la estrella que siempre soñó. Su anhelo original era triunfar sobre el escenario, pero ni el físico ni su aptitud vocal le alcanzaban. Otra cosa fue cuando se situó tras la mampara para crear canciones y sonidos para otros. Y para la historia dejó una de las mayores creaciones del siglo XX: su inimitable muro de sonido. Ese tipo de cosas que solo puede fabricar un loco.

Spector se estrenó en el éxito en 1958 con «To know him is to love him», su primer número uno con los Teddy Bears. Una canción en la que ya estaba implícito su sello: una sencilla sucesión de acordes clásicos, unos arreglos vocales de primera y creciente barroquism­o dentro de su sencillez. Y durante la década de los 60 llegarían otras maravillas junto a The Crystals, las Ronettes o Ike & Tina Turner con su «River Deep, Mountain High», la canción que siempre consideró su cumbre.

Serían años trabajando no solo en las composicio­nes, sino en su muro de sonido. Gradualmen­te Gradualmen­te iría añadiendo más y más ladrillos hasta completar su fastuosa creación. ¿Y qué era aquello? Según sus propias palabras, se trataba de «una aproximaci­ón wagneriana al rock and roll con pequeñas sinfonías para niños». Algo a la altura de su megalomaní­a, por supuesto. Si vas a hacer algo, hazlo grande.

Más concretame­nte, el muro de sonido era rellenar capas y capas de sonido: tres baterías, coros sinfónicos, siete guitarras, orquestaci­ones monumental­es, voces dobladas, varias líneas de bajo… Y todo para una canción de dos minutos. El resultado era fascinante. El oyente asistía a una auténtica experienci­a sensorial.

Todo le servía a Phil Spector: el sofisticad­o sonido de los Beatles, La claridad vocal de Dion, la gravedad de Leonard Cohen, las urgencias de los Ramones. Todo era un reto para Spector. Y también para los artistas que trabajaban con él, músicos a los que el productor arrastraba en su viaje hacia los abismos de la locura.

Quizá todo se corrompa con el paso de los años salvo el recuerdo. A medida que el tiempo devoraba el presente de Spector y llevaba su futuro hacia la sordidez, sus canciones se irían agigantand­o más y más: «Uptown», «He’s a rebel», «Da Doo Ron Ron», «Be my baby», «Walking in the rain» más todo lo que produjo.

Fue el maravillos­o «Sonido Spector», una creación wagneriana que solo podía nacer de la mente de un lunático con una visión semidivina. Phil Spector se fue pero deja su sonido. Conocerle no fue amarle, desde luego, pero escuchar sus canciones sí fue recordarla­s para siempre.

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