La Razón (Levante)

WILLIAMS DEJA GROGUI AL BARÇA

EL ATHLETIC GANA LA SUPERCOPA GRACIAS A UN GOLAZO DE SU DELANTERO EN LA PRÓRROGA. LOS DE KOEMAN FUERON INCAPACES DE MANTENER SU VENTAJA POR DOS VECES. MESSI FUE EXPULSADO

- FRANCISCO MARTÍNEZ

WilliamsWi­lliams recibió, se giró y en la escuadra que puso el balón. Pum. Un directo al mentón del Barcelona que ni Ter Stegen pudo parar. Un subidón para el Athletic Club, tremendo campeón de la Supercopa tras haber sido capaz de vencer al Madrid en semifinale­s y al Barça en la final. Los dos grandes a la lona y a pensar, porque si ganar un título puede suponer un golpe de moral, perderlo es volver a las dudas. El Barcelona tuvo a Messi, que acabó desquiciad­o y expulsado por agredir a Villalibre, pero le faltó fútbol, incluido a su capitán. Pese a todo, se puso dos veces por delante y ahí lo que le faltó fue madurez.

Decía Marcelino que prefería enfrentars­e al Barcelona después de haberlo hecho ya unos días antes. Se puede estudiar lo sucedido y pulir detalles. Por eso cuando marcó Griezmann, el entrenador del Athletic Club lanzó la botella de agua con violencia contra el suelo. Fue la única vez que los azulgrana se habían acercado a Unai Simón en toda la primera parte, y fue para adentro, pero de la misma manera De Marcos se coló a la espalda de Jordi Alba para hacer todavía mejor de lo que ya era el pase de Williams. Apenas habían pasado un par de minutos entre una jugada y otra, pero el empate al descanso servía para ser justo con lo que había pasado en el césped. Sucedió poco en las zonas de riesgos, y eso era bueno para el Athletic. Pero fue así por el trabajo del conjunto vasco, por esos ajustes que ha podido aprender tras el duelo de Liga. Apretaron arriba los leones, pero no de forma alocada. El hombre que iba a recibir el balón, siempre vigilado, las piernas frescas para ir retrocedie­ndo poco a poco si hacía falta y la defensa adelantada. Tenía el balón el Barça, pero lejísimos de la portería del Athletic. No veía manera de superar rivales, ni con el pase ni con el regate. Lo perdía antes de llegar a ningún lado, forzado, y los futbolista­s de calidad como Pedri o Messi estaban desactivad­os. Entraba muy poco en contacto contacto con la pelota el argentino. Tampoco el Barça se lanzaba a recuperarl­a tras cada pérdida, prefería refugiarse. Y el duelo se movía en zonas del campo fuera de peligro. Alguna vez se soltó el Athletic, pero no demasiado. Ter Stegen paró un tiro de Capa y hubo varios centros al área de Balenziaga que no encontraro­n rematador. Pero es que el Barça, ni eso, hasta que por primera vez movió rápido la pelota por la derecha para terminar la acción por el otro lado: el pase de Messi a Jordi Alba y la devolución de este. La clásica jugada, que tuvo el final habitual (gol), pero distinto. No llegó a rematar el «10» directamen­te, pero la pelota quedó suelta y Griemann lo aprovechó. El pecado de los barcelonis­tas

Los azulgrana tuvieron a Messi, pero carecieron de fútbol y madurez

fue no saber mantener esa ventaja hasta el intermedio, y la virtud de su oponente, marcar en la acción siguiente, para seguir confiando en un plan que estaba funcionand­o y que sólo un detalle rompió.

El aspecto del partido en el segundo tiempo era el mismo: incapaz el Barcelona de salir, de llevar el balón a Dembélé para que corriera o de ponerlo a la espalda de la defensa para que entrara Jordi Alba. Se lo robaban antes. La tela de araña del Athletic era pegajosa y el tiempo podía jugar a su favor por aquello de acabar con la paciencia de su rival. Estuvo muy cerca de reafirmars­e con un segundo gol en una jugada a balón parado, que era otra de sus opciones en

ataque, además de la velocidad. El gol de Raúl García fue anulado por fuera de juego.

Todo seguía muy parejo porque los centrales del Barcelona también estaban imponentes, especialme­nte Araujo, que no para de crecer, fino en el cuerpo a cuerpo y en los espacios abiertos. Unai Simón era feliz, mientras que Ter Stegen de vez en cuando tenía algún sobresalto. Las veces que los chicos de Koeman lograban meter más atrás al Athletic, eran lentos y sin ideas en la circulació­n.

Estaba todo tan cerrado que ninguno de los entrenador­es se atrevía a hacer un cambio para que pasara algo, no fuera a ser que en lugar de arreglar los problemas en ataque se iban a romper en defensa. Faltaba valentía por todos lados.

La solución de Koeman no estuvo en un cambio de hombre, estuvo en un cambio de posición. Dembélé, en su partido más flojo de los últimos que ha disputado, se asomó por la izquierda y logró asociarse con Jordi Alba para ganar un dos contra dos en banda y generar un centro del lateral que Griezmann no perdonó. Dos de dos para el francés con poco tiempo por delante, pero volvió a ser un equipo con poco cuajo, primero para no cerrar el partido y después para no saber defenderse. Villalibre volvió a empatar en el minuto 90 y Williams se mandó lo mejor para la prórroga. El Athletic sí supo defender lo conseguido.

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Los jugadores del Athletic Club celebran un gol, con Ter Stegen difuminado en primer plano
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ALBERTO R. ROLDÁN EFE

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