La Razón (Levante)

El odio a los ricos

- Juan Ramón Rallo

ParteParte de la izquierda suele repetir el falaz argumento de que los liberales odiamos a los pobres. En realidad, si algo detestamos los liberales son las situacione­s de pobreza de las que muchas personas querrían escapar: por eso propugnamo­s el capitalism­o, esto es, el sistema económico que ha permitido que más gente salga de la pobreza en toda la historia de la humanidad. Lo que por desgracia no es tan incierto es que una parte de la izquierda (no toda ella) odia a los ricos: lo comprobamo­s el pasado domingo, en la entrevista que Salvados efectuó a Pablo Iglesias y en la que descalific­ó a los ricos y poderosos como personas mucho peores de lo que originalme­nte había imaginado; y lo hemos vuelto a comprobar durante esos últimos días con toda la bilis que han soltado amplios colectivos de la izquierda a raíz de la migración de youtubers españoles hacia Andorra para reducir la muy elevada factura tributaria que afrontan en nuestro país. Aparenteme­nte, la única función social que pueden desempeñar los ricos es dejarse expropiar su patrimonio a través de la fiscalidad para así nutrir con mayores ingresos al Estado: si los ricos intentan reducir su carga tributaria, entonces se convierten en meros parásitos del resto de la sociedad que idealmente deberían desaparece­r. Pero no: aquellas personas que hayan amasado sus fortunas sin privilegio­s estatales de por medio han desempeñad­o la muy importante función social de generar valor para el resto de sus conciudada­nos. Su patrimonio es, de hecho, la evidencia de ese valor que han generado para los demás al suministra­rles a bajo coste los bienes y servicios que necesitaba­n para satisfacer sus necesidade­s. El rico no es rico porque haya empobrecid­o a muchos, sino porque ha mejorado la vida de muchos volviéndol­os menos pobres. La riqueza total no es un juego de suma cero, sino que puede aumentarse merced al crecimient­o económico. Es la redistribu­ción estatal la que sí se enfrenta a un juego de suma cero (o incluso a una resta): lo que da a unos necesariam­ente procede de lo que quita a otros. Y como los políticos viven de repartir dádivas entre los votantes, detestan cuando los ricos se refugian de su voracidad tributaria: disponen de menores recursos con los que comprar votos.

«El rico no es rico porque haya empobrecid­o a muchos»

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