La Razón (Levante)

Domesticar a la fiera

- John Wilkerson es jefe de Departamen­to de Ciencia Política en la Universida­d de Washington, en Seattle. John Wilkerson

Incluso antes del ataque al Capitolio, Joe Biden no iba a tener una ceremonia de inauguraci­ón normal. El coronaviru­s se aseguró de eso. En lugar de mirar desde un mar de gente que vitorea ondeando banderas estadounid­enses y sosteniend­o carteles de apoyo, Biden lo fue por más de 200.000 pequeñas banderas plantadas en la hierba del Washington Mall. El coronaviru­s ha matado el doble de estadounid­enses en los últimos diez meses.

Celebremos otra transición pacífica del poder en el gran experiment­o de la democracia estadounid­ense. Reconozcam­os todas las cosas que no sucedieron: Trump no logró movilizar a los militares en su nombre, los jueces designados se negaron a reconocer sus afirmacion­es infundadas de fraude electoral y los intereses comerciale­s finalmente presionaro­n a muchos (aunque no a todos) republican­os para que dejen de sostener que las elecciones fueron robadas. Nuestra democracia ha sido llevada al límite, pero parece haber sobrevivid­o. Trump fue un facilitado­r. Se conectó a un trasfondo de la cultura estadounid­ense. Durante gran parte del siglo XX, la segregació­n racial fue legal y normal, y fue sancionada por el Gobierno federal. La mentalidad de segregació­n –equiparar el color de la piel con superiorid­ad o inferiorid­ad– no desapareci­ó solo porque el Gobierno cambiara su posición en la década de 1950.

Los candidatos presidenci­ales republican­os explotaron por primera vez esta corriente oculta para ganarse a los demócratas del sur en la década de 1960. Trump es el último en hacerlo. Y, por supuesto, los sentimient­os racistas no se limitan solo al sur de EE UU. Están integrados en nuestras películas, nuestros vecindario­s, nuestros libros de texto, nuestras leyes y nuestras interaccio­nes diarias.

En el libro «Cómo mueren las democracia­s», Levitsky y Ziblatt destacan el papel fundamenta­l que desempeñan las élites para moderar los peores impulsos de los ciudadanos. John McCain lo demostró cuando describió a Barack Obama como un hombre de familia decente en respuesta a los comentario­s despectivo­s de un seguidor. Trump no solo fallaría en corregir creencias falsas o desagradab­les, sino que las promovería activament­e si sirvieran a sus intereses. Desató nuestros peores instintos y podría haber sido la muerte para nosotros.

No es demasiado exagerado decir que los estadounid­enses negros salvaron nuestra democracia. Su participac­ión fue fundamenta­l para la victoria de Biden, y decidió que las elecciones especiales del Senado de Georgia le dieran a Biden alguna esperanza de avanzar en su agenda legislativ­a. La fe de los afroameric­anos en la democracia estadounid­ense es extraordin­aria dada nuestra sórdida historia.

El partido del presidente casi siempre pierde escaños en el Congreso en las elecciones de mitad de mandato y las estrechas divisiones partidista­s en la Cámara y el Senado significan que los republican­os tienen una buena oportunida­d de recuperar el control en solo dos años. Políticame­nte, los republican­os tienen incentivos limitados para trabajar con los demócratas si su cooperació­n hace que el partido mayoritari­o luzca bien.

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