La Razón (Levante)

Elogio del acto de copiar

- Javier Ors José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias

EnEn Europa, el acto de copiar arrastra una mala fama injusta. China no piensa así. Ellos han tomado al pie de la letra el principio de reproducci­ón del Art Pop y lo han aplicado a Louis Vuitton, Apple, North Face, Gucci, Hugo Boss... Estos tipos han hecho de la imitación una revolución industrial. Ellos, por supuesto, argumentan que no copian. Ellos mejoran. No plagian el iPhone, lo optimizan, que es distinto. Mientras a Thermomix se le hincha el pecho por ganar la batalla legal a «Monsieur Cousine», los chinos, a base de optimizar, ya van camino de convertirs­e en la primera potencia mundial, si no lo son ya.

Gran Bretaña está acometiend­o una campaña de vacunación impecable. Tanto que parece impropia de ellos, unos tipos que han confundido la insularida­d con una ideología. Uno se pregunta, de todas maneras, por qué los españoles no los imitamos. La respuesta es sencilla: porque los españoles somos originales. Los españoles formamos un pueblo individual­ista, orgulloso, hecho de nobles arruinados que lidian con toros. Y, faltaría, no se va a rebajar a hacer lo mismo que los demás. No importa que eso suponga salvar vidas o difundir cualquier clase de socorro médico. Eso es lo de menos. Lo esencial es mantener las raíces. El español no copia. Ni siquiera «optimiza». El español, improvisa. Y así le va, claro.

Nuestros gobernante­s son señores muy serios en este punto. Los políticos escriben libros sobre Shakespear­e para después pasar a la historia por frases como «manda huevos». Ellos no redactan tesis dudosas, sino intertextu­ales. Su celo para huir de suspicacia­s ha empujado a otros a matricular­se en másteres, donde tienen garantizad­os unos trabajos de extensión escolar que impiden cualquiera «intertextu­alidad» legal, sospechosa o casual. Con semejante educación, nuestros ministros no pueden tomar ejemplo de los ingleses, que, salvo en Downton Abbey, nunca han resultado demasiado ejemplares, y que, para más inri, han recurrido a las catedrales para emplearlas como si fueran consultori­os médicos. ¿Imaginan la que se armaría aquí si Pablo Iglesias sugiriera que se vacune en La Almudena? Ardería hasta la pirita. Los gobiernos no solo no contemplan vacunar en los templos españoles, que son de la fe verdadera, nada de anglicanis­mos, sino que uno hasta sospecha de que quieran vacunar. Y la razón parece simple: ¿Por qué hacer lo que el resto si podemos ir a nuestra bola?

En la facultad tuve un compañero que copiaba en los exámenes. Aseguraba que era la única manera que tenía de aprender. Si no copio, no aprendo. Y lo importante es aprender. La lógica, si era cierta, resulta aplastante. El tipo nunca estuvo en Asia, pero sí en Estados Unidos. Allí, su compañero de piso era un chino. Eso explica muchas cosas. Entre otras que ahora sea, según me llega, jefe en una multinacio­nal extranjera.

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REUTERS Campaña de vacunación en Inglaterra
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