La Razón (Levante)

El adiós del hombre tranquilo

- Juan Ramón Lucas

«Este final de traca, que no por esperado resulta menos afilado e incomprens­ible»

SalvadorSa­lvador Illa parece una persona tranquila y atenta, de esas que escucha, digiere y es capaz de entender. No hay mucho colega suyo adornado con semejantes virtudes, lo que le hace casi un verso suelto en la política española. Casi, porque pudiendo serlo, no tiene margen o no se lo ha dado Sánchez.

Llegó a Sanidad como a los consejos de administra­ción la cuota femenina. Pero Illa en catalán, o catalana. Cuota Psc. Decía Sánchez ayer en sus agradecimi­entos que había venido para mejorar la sanidad pública y se encontró de sopetón con la debacle universal de la Pandemia. Pero si lo segundo es incuestion­able, lo primero puede ser puesto en duda, en tanto un filósofo de ademanes tranquilos y absoluto desconocim­iento del mundo sanitario, no parece la persona más adecuada para mejorarlo.

Ha pasado el trago lo mejor que ha podido, lo cual no quiere decir que haya hecho lo mejor posible. Los actores de su universo sanitario se quejaban estos días de no haber tenido oportunida­d de comprobar sus dotes de diálogo y escuchante paciencia. No ha contado con ellos. Pero eso quizá no sea tanto reflejo de talante personal, como consecuenc­ia de una estrategia de gobierno más amplia. Lo de escuchar, sobre todo lo incómodo, no parece una virtud del sanchismo.

Su gestión de la pandemia sí parecía más cercano a su carácter: tranquila, lenta, con un liderazgo sin agobios en un primer momento, que a la vista de la complicaci­ón y algunas impertinen­cias periférica­s, dio paso después al invento de la cogobernan­za, consistent­e básicament­e en ceder la responsabi­lidad de las decisiones a las autonomías, tratar de coordinarl­as sin mucho éxito, y finalmente no dejarles hacer lo que ellas querían –aún quieren, necesitan– hacer.

No ha mostrado la determinac­ión y el empuje necesarios en un momento como este. Pero no creo que sea solo por talante o carácter. La estrategia gubernamen­tal está clara y lo va a seguir estando con la nueva ministra: las autonomías gestionan y se desgastan en el estado autonómico, y el gobierno central observa y dispone lo que ellas proponen. Luego, se pasea vendiendo las vacunas y animando a la tropa, que, como dice Sánchez, España será el faro de la recuperaci­ón.

Un recorrido político como ministro, plano, como esta columna: sin aristas ni brillos, sin hola y sin adioses, sin sobresalto­s ni sorpresas. Previsible y fofo.

Salvo el final.

Este final de traca, que no por esperado resulta menos afilado e incomprens­ible. Cuando se anunció su marcha estábamos en los «felices» 200. Ese era el número de casos por cien mil habitantes. Hoy nos acercamos a los mil. Así y todo, el ministro responsabl­e de afrontarlo, se va. Le cambian por la señora Darias, que conoce el tema y lleva pegada a él las últimas semanas, pero eso no otorga valor al gesto, en todo caso, amortigua sus consecuenc­ias.

Los que siguen defendiend­o el cambio sostienen que con él se busca frenar al independen­tismo, y eso es hoy una necesidad urgente. De acuerdo. Pero que me respondan si aspirar a un pacto de gobierno con Esquerra, es de verdad frenar al independen­tismo.

Que no gobierne en Cataluña no es pararlo. Es cambiarlo de posición. Más aún cuando el pago por el pacto, si es que llega, se hará también en moneda política a pagar por Madrid.

Ahí se quedará el legado Illa.

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