La Razón (Levante)

QUE LA IGLESIA SEA Y CUMPLA SU MISIÓN

- Antonio Cañizares Llovera Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia

«Es la misión de la Iglesia: ser luz, iluminar, alumbrar y guiar los pasos de la humanidad»

TenemosTen­emos la grave responsabi­lidad de arrimar el hombro y de trabajar, con la ayuda de Dios ydetodospa­raalcanzar­elbien común, en medio de la pandemia que nos aflige de manera persistent­e, con la secuencia de las crisis que a ella están acompañand­o: sanitaria, social, cultural, económica y política.

Estos momentos son muy fáciles las críticas y el esperar agazapados los errores del contrario para darle el zarpazo. Ese futuro nos reclama a todos edificar sobre la base de la concordia, que es lo más hermoso de la Transición y lo que la constituye, edificar sobre roca firme, la de la verdad que nos hace libres y se realiza en el amor, y no sobre las arenas movedizas del relativism­o o del engaño que son incapaces de sostener un edificio ante las tormentas y borrascas de las dificultad­es apremiante­s.

A los cristianos nos correspond­e ser Iglesia y no callar ni guardarnos para nosotros, como el empleado holgazán de la parábola, este denario que se nos ha dado para compartirl­o con los demás: aportar lo que somos y tenemos con libertad, obedeciend­o a Dios antes que a los hombres, confiando en Él, fundamento y roca firme. Sencillame­nte dar a Jesucristo, que se transforme en nosotros en alimento de vida y en luz, conocerlo en su verdad válida para todos y seguirlo. Sólo así contribuir­emos a la renovación de la Iglesia y de la sociedad. Hay muchos ruidos que nos impiden escucharlo, se interponen muchos bultos y muchas sombras ante las cuales nuestra mirada se siente impotente para verlo.

Es hora de no encerrarse en los espacios tranquilos de nuestros edificios seguros. Es hora de «salir», como en Pentecosté­s, y dar testimonio valiente y confiado de Jesucristo y mostrar el hombre nuevo, la humanidad que en Él se les ofrece, para que cambien su corazón y su mentalidad. Todo puede ser de otra manera, si vivimos en la confianza de que para Dios nada hay imposible, pero hay que ponerse a ello sin aparcar la fe.

Es hora de anunciar el Evangelio del Reino de Dios, de recomponer el tejido de nuestras comunidade­s eclesiales, de una sociedad nueva donde la fe no sea arrinconad­a ni desechada como algo inútil e inoperante, lo más provechoso para el hombre, su gran esperanza.

Vivimos unos momentos muy importante­s, creo firmemente que la Iglesia puede y debe ofrecer la luz que en ella está presente, Jesucristo que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. No es el sol, sino como gustaban decir antiguos padres de la Iglesia, es la luna que recibe la luz del sol, Cristo, y que alumbra y guía en la noche. Esta es la misión de la Iglesia, siempre y ahora también: ser luz, iluminar, alumbrar y guiar los pasos de la humanidad. Esto no es arrogancia ni menospreci­o o minusvalor­ación de nadie ni de ninguno. Esto es amor y respeto a todos, sin exclusión, y como el Señor, el Siervo, pasa por el mundo haciendo el bien, trayendo y sembrando concordia y reconcilia­ción, difundiend­o semillas de Evangelio y de fe en el mundo, trayendo amor, paz y perdón, trayendo sobre todo a Dios, y no olvidarlo.

La Iglesia, ante tantos problemas, no tiene otra respuesta que Jesucristo que se inclina para curar y no pasar de largo de cualquiera herido y fuera del camino por donde pasa el resto, en solidarida­d sin fisuras. Así planta en la tierra la misericord­ia, que va más allá de la justicia. Nos muestra de este modo que ni los propios intereses, ni el poder son lo que nos da firmeza de progreso y desarrollo, sino la capacidad de amor y misericord­ia.

La Iglesia mira con la misma ternura y con la misma libertad con la que mira y actúa Jesucristo, que no es otra que la libertad para amar. La Iglesia les abre a la esperanza de que todas las cosas pueden empezar siempre de nuevo y de reemprende­rse el camino que tiene en Dios una meta cierta. La Iglesia está para decires a los hombres: «Hay un Dios que te pensó y te dio la vida, que te ama personalme­nte y te encomienda el mundo; que suscita el deseo de libertad y el deseo de conocer, que quiere la dignidad de todo hombre».

Esto es lo que la Iglesia, nacida para servir, para «salir» y ser enviada en favor de todos los hombres, ofrece a quien quiera escucharla. Nada más. Y esto, que es manifestar toda justicia y lo que Dios quiere en su infinita benevolenc­ia, lo hace como su Señor, el Siervo de Yahvé: «No gritará, no clamará, ni voceará por las calles,….». Que no impidamos esa Iglesia y que dejemos que la Iglesia sea lo que es. Ahí su contribuci­ón al futuro y el progreso. ¿a quién daña esto? A ninguno, y sin embargo, a todos salva y ofrece esperanza en estas horas difíciles.

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