La Razón (Levante)

Vacunación y ética

- Antonio Hernando Vera

Los criterios para establecer el orden en la vacunación y los grupos prioritari­os fueron establecid­os por un grupo de trabajo del comité de bioética. Estos criterios forman parte del plan de vacunación aprobado por las autoridade­s sanitarias y afectan a todas las Comunidade­s Autónomas y al conjunto del territorio, sin que en principio se establezca­n excepcione­s por pertenenci­a a determinad­o estamento o desempeño de altas responsabi­lidades.

Cuando se conocieron los criterios no hubo polémica respecto a los mismos, porque a la inmensa mayoría de la ciudadanía, autoridade­s incluidas, les pareció muy razonable que se comenzase por las personas mayores alojadas en residencia, para continuar con el personal sanitario que presta sus servicios en primera línea, y seguir con los mayores de 80 años. Son prioridade­s razonables, llenas de sentido y que atienden a motivos sanitarios, de salud pública, científico­s e, incluso, éticos.

La polémica ha surgido posteriorm­ente cuando se ha descubiert­o que, saltándose los criterios establecid­os, determinad­as personas han accedido a la vacuna en detrimento de los aquellos que tenían y tienen formalment­e prioridad. Esas personas en unos casos han sido políticos, y concretame­nte alcaldes y alcaldesas, responsabl­es políticos de la sanidad en algunos territorio­s o militares de alta graduación. En otros casos, alterando el orden preestable­cido, se ha vacunado con carácter general a personas que estaban en contacto con centros sanitarios, aunque no estuvieran en primera línea.

Quizás hubiese cabido hacer una reflexión a cerca de la convenienc­ia de que determinad­as personas, que desempeñan altísimas responsabi­lidades públicas, tuvieran cierta prioridad a la hora de vacunarse. El caso es que el Comité no considero oportuno ni necesario establecer esas prioridade­s para determinad­os responsabl­es públicos, y no lo hizo barajando multitud de criterios y después de profundas reflexione­s. A partir de ahí no cabe que ningún responsabl­e político o sanitario altere ese orden supuestame­nte aconsejado por su entorno, aunque lo haga con nueva fe o en una interpreta­ción muy errónea del interés general.

Para mayor escarnio se da las circunstan­cias de que algunos de los que se han saltado el orden son responsabl­es políticos elegidos por la ciudadanía, que han intentado justificar su actitud en peregrinas razones. Bastante deslegitim­ación tiene en ocasiones la política como para que en un momento tan crítico como el que vivimos, una minoría de políticos den la razón con su injustific­able actitud al hartazgo de la ciudadanía.

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