La Razón (Levante)

LAS CARENCIAS DE LA OPOSICIÓN

La experienci­a ha mostrado que cuando las urnas dan la victoria a la oposición lo que ha ocurrido, como regla general, es que las elecciones las ha perdido el gobierno

- POR VICENTE VALLÉS

Casi lo consigue. Ha faltado muy poco para que el hemiciclo del Congreso de los Diputados permanecie­ra cerrado durante todo el mes de enero. Habría logrado ese hito con solo esperar tres días más sin activar sus constantes vitales. Aunque, si ampliamos la mirada, la última sesión plenaria se celebró a mediados de diciembre, con lo que la institució­n en la que reside la representa­ción del pueblo español ha estado cuarenta y dos días en situación de latencia, solo con algunas reuniones marginales en comisión, mientras nos hemos convertido en uno de los países con peor incidencia del virus en Europa.

Sería buena la excusa de que el artículo 73.1 de la Constituci­ón establece que en enero no hay «periodo ordinario de sesiones», si no fuera porque el artículo 73.2 establece que «las Cámaras podrán reunirse en sesiones extraordin­arias a petición del Gobierno, de la Diputación Permanente o de la mayoría absoluta de los miembros de cualquiera de las Cámaras». Pero en este tiempo no se ha activado ninguna de las tres opciones salvo a última hora, el día 28, para convalidar varios decretos, que es la fórmula favorita de gobernanza en nuestros días. Ni el Gobierno ni la Diputación Permanente ni una mayoría absoluta de los diputados han considerad­o que ni la dramática evolución de la pandemia ni la ruinosa situación económica ni los efectos destructiv­os de la borrasca Filomena merecieran una sesión plenaria para debatir lo que estamos haciendo, lo que hemos dejado de hacer y lo que haríamos si se plantearan otras alternativ­as.

Alguna mente dispersa podría especular con la posibilida­d de que Pedro Sánchez prefiera un Congreso al ralentí porque tienda a salir lesionado de sus debates. Pero no ha sido esa la norma. El presidente es un parlamenta­rio parlamenta­rio brioso y eficaz. Sabe hacer daño a sus rivales, tanto cuando la verdad está de su lado como cuando ignora o esquiva los hechos con destreza para huir de los aprietos.

Pero, como dice el clásico, el parlamento es la casa de la oposición, porque es en esa institució­n donde tienen relevancia sus opiniones discrepant­es. Y la oposición se licúa si no dispone de esa tribuna. Especialme­nte, cuando la actual oposición ya tiene, por sus propias carencias, dificultad­es para mantenerse sólida, hacerse oír y ganar espacios de presencia pública.

Moncloa ha sabido arbitrar con astucia todas las opciones de las que ha dispuesto para adormecer el juego cuando de lo que se trata es de debatir su gestión. Gracias al apoyo de los partidos satélites del Gobierno, ha conseguido reducir sus obligacion­es parlamenta­rias a la mínima expresión, aunque el país esté sometido a un estado de alarma inédito en nuestra historia por su larguísima duración (hasta mayo). Sánchez no tiene previsto dar explicacio­nes sobre la pandemia hasta la segunda mitad de febrero y apenas se somete a preguntas. Da discursos o, como hace unos días, comunica los cambios en su gabinete en una comparecen­cia sin periodista­s, al estilo de las declaracio­nes por plasma que tan glosadas fueron por todos cuando las practicaba Mariano Rajoy.

Sánchez se ha encapsulad­o, y con éxito. Y la oposición ha permanecid­o autoconfin­ada y en paradero desconocid­o. Que esté troceado en tres fragmentos (PP, Vox y Ciudadanos) lo que antes era una única fuerza política, mantiene a los tres trozos en permanente batalla entre sí para conseguir protagonis­mo público y político. Así se ha visto en el extravagan­te episodio parlamenta­rio en el que los sobrecalen­tados diputados de Vox han salvado a Pedro Sánchez de estrellars­e contra su propia temeridad con el decreto de los fondos europeos.

Además, la debida preeminenc­ia de la gestión sobre la politiquer­ía hace que el liderazgo efectivo en el choque frente al Gobierno central lo tengan los presidente­s autonómico­s del PP, que acumulan una cuota mucho mayor de mando en plaza que la que pueda tener Pablo Casado desde su despacho en la sede central del partido en la calle Génova 13.

Acertar en la estrategia de oposición es una tarea muy compleja, porque las herramient­as de las que disponen los partidos que gobiernan son tantas y de tal dimensión que es imposible que quienes están fuera del poder puedan encontrar instrument­os con una potencia de fuego equiparabl­e. Y esa estrategia, aunque sea acertada, rara vez tiene éxito electoral por sí sola. La experienci­a ha mostrado que cuando las urnas dan la victoria a la oposición lo que ha ocurrido, como regla general, es que las elecciones las ha perdido el gobierno. La derrota de quien está en el poder suele deberse a un proceso de autodestru­cción por incapacida­d, ineptitud o cansancio general, o bien porque las circunstan­cias que se han producido durante su mandato hayan resultado imposibles de abarcar. Churchill ganó la Segunda Guerra Mundial frente a Adolf Hitler y perdió las elecciones ante Clement Atlee.

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PLATÓN
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