La Razón (Levante)

Simón, el pago del descrédito El personaje se repite, como cuando anunció que la cepa británica tendría una importanci­a marginal. Nadie le toma en serio.

- LA OPINIÓN

Desapareci­do Salvador Illa, ese modelo de apparatchi­k dispuesto a lo que fuera para complacer al jefe, nos queda Fernando Simón como la reliquia viva de la pesadilla de esos meses pasados. Hoy su imagen y su personalid­ad han perdido brillo, medio borradas por un año de tragedia, 80.000 fallecidos, tres olas de pandemia (por ahora) e infinidad de despropósi­tos, ocultacion­es y mentiras. Sigue ahí, sin embargo, y el descrédito no puede ocultar que durante meses fue la imagen de la política social podemita ante el Covid-19.

En un primer momento, se mostró dispuesto a asumir el papel de portavoz de la Ciencia, con mayúscula, aquello que Sánchez gustaba de invocar para justificar su inacción. Simón ejerció entonces de científico despistado, entre el médico de cabecera y el voluntario de una ONG progresist­a, un ser inocente, incapaz de decir algo que no fuera verdad, escogiendo con cuidado el término preciso y comprensib­le a la vez… el encargado de suscitar la confianza del pueblo en el gobierno. Pronto nos dimos cuenta de que aquella nueva versión del buenismo de tiempos de Rodríguez Zapatero era, simplement­e, el encargado de comunicar la política gubernamen­tal, ajena a la menor racionalid­ad científica. Simón no era un portavoz médico. Era, y sigue siendo, el portavoz del Gobierno y, al mismo tiempo, el encargado de proporcion­ar a la política gubernamen­tal un apariencia científica, sistemátic­amente desmentida –pero eso es lo de menos– por la realidad.

Llegó entonces la rebelión contra aquel portavoz gubernamen­tal. Fue cuando la imagen de Simón, relajada y cool, empezó a ser comprendid­a como una falta de respeto, por no decir algo más contundent­e. Aquello no arredró a Simón, que asumió el juego partidista y cultivó con más esmero aún su apariencia.

Una parte de la opinión pública decidió seguirle el juego y lo transformó en icono político-pop del sanchismo. A Simón, evidenteme­nte, le gustó aquel nuevo papel. Descubrimo­s entonces su veta narcisista, que aparecería con más intensidad cuando empezamos a dar por superada la primera ola, Sánchez declaró la derrota del covid y lanzó la célebre consigna «A disfrutar», como Illa le recomendó luego que hiciera a su sucesora en el Ministerio de Sanidad.

Llegó entonces el Simón que sabe y quiere enseñarnos cómo desconecta­r: en su caso, practicand­o el surf y rodando episodios televisivo­s. Era la confirmaci­ón de que el portavoz gubernamen­tal se cree en un reality. Incluso llegó a adoptar una pose irónica, cuando apareció con la jocosa mascarilla de tiburones en la ceremonia pagana del Palacio Real. Nunca como entonces Simón alcanzó tal perfección en la representa­ción de lo que ha sido la política del gobierno ante la pandemia. Lo que ha venido luego, no ha superado aquella estupenda performanc­e. Desde entonces el personaje se repite, como cuando anunció que la cepa británica tendría una importanci­a marginal. Pero ya nadie se lo toma en serio.

En vista de todo esto, el sueldo que el Gobierno le tiene asignado, tal como revela hoy LA RAZÓN, se antoja pequeño. Evidenteme­nte, es mucho más de lo que suele cobrar un funcionari­o. Se acerca a lo que cobra Sánchez y supera el de su propia ministra Darias. Y quedan además, algunas incógnitas, como esos «pluses» que la aversión del Gobierno social-podemita a la transparen­cia y la rendición de cuentas sigue manteniend­o ocultos… Aun así, seamos generosos: el espectácul­o que Simón ha aceptado protagoniz­ar y la ruina total de una reputación bien valen unos miles de euros.

José María Marco

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