La Razón (Levante)

GOLPE EN BIRMANIA: LA PREMIO NOBEL, OTRA VEZ DETENIDA

- Manuel Sánchez Cánovas. Centro de Economía Política y Regulación-Facultad de Económicas. Universida­d CEU San Pablo Manuel Sánchez Cánovas

«Tras las últimas elecciones, Aung San Suu habría tenido mayor poder para influir en los militares»

LaLa líder de la Liga Nacional para la Democracia de Myanmar, Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz que pasó años de arresto domiciliar­io por su oposición a la dictadura que gobierna la antigua Birmania, ha vuelto a ser detenida tras ganar las elecciones. El Gobierno denunció los resultados como fraudulent­os, aunque haya obtenido el 80% de los escaños con un 70% de participac­ión, y aunque la misma Junta Electoral haya confirmado que las elecciones han sido limpias.

Para empezar, Aung San no es la líder de facto del país, ya que necesita la colaboraci­ón del elemento castrense para gobernar, al controlar estos un 25% de los escaños del parlamento, así como los ministerio­s fundamenta­les del Gobierno, nominalmen­te encabezado por la Liga, pero, en realidad, dirigido por militares.

La estrategia de largo recorrido de colaboraci­ón de la Nobel con la dictadura para traer la democracia a Birmania, buscando paz y estabilida­d, se manifestó en su postura neutral ante el conflicto en el Estado de Rakhine (Arakán) entre los rakhine (budistas) y la mayoría rohingya (musulmanes). Una estrategia también visible en la profesiona­lización de la administra­ción pública, donde se consiguió apuntalar el poder civil.

Aung San sufrió el desprecio internacio­nal por su neutralida­d y se habló incluso de retirarle el Nobel. La paciencia, entereza y diplomacia que ha mostrado esta mujer, contra viento y marea, merecerían otro premio. Con la dictadura encima, Aung San difícilmen­te hubiera podido poner en marcha políticas humanitari­as para ayudar a los Rohingya: Leyendo entre líneas sus declaracio­nes, en clave del Sudeste Asiático, se sobrentend­ía una solución de compromiso calculada para defender los intereses generales del país desde dentro, y no ofender al poder castrense, desencaden­ando situacione­s aún más violentas. En entornos culturales de alto contexto holista, altamente jerárquico­s y asianistas, una reacción contra líderes incuestion­ables en favor de los rohingya, podría haber acarreado consecuenc­ias impredecib­les.

La expulsión de los 200.000 rohingya de Arakán a Bangladesh se amplificó en las organizaci­ones de Derechos Humanos, exagerando intenciona­damente las acciones contra los musulmanes. Es decir, se utilizó que Aung San no se opusiera al Gobierno militar estratégic­amente para avanzar los intereses globales de la Umna islámica en Arakán, una de las regiones más pobres del mundo: otra «nueva Palestina» que realzara la imagen imagen victimista de otra nueva comunidad islámica más, agredida en Sudeste Asiático.

Sin embargo, y aunque había intentos gubernamen­tales para expulsar a los Rohingya desde antes de los años noventa, la situación en los campos de refugiados en Bangladesh no es nada buena, y la reacción del ejército contra los musulmanes fuera desmedida, esta es consecuenc­ia de los múltiples atentados terrorista­s islámicos previos por parte de los mismos Rohingya. Los islámicos son muy beligerant­es en la región y es su costumbre forzar a los budistas – y miembros de otras religiones – a convertirs­e a los rigores del Islam. De hecho, para casarse con un musulmán es necesario abandonar la propia religión. Y si no se es islámico en una región de esta naturaleza, se está sujeto a impuestos extraordin­arios, (Yizia) y discrimina­ciones (Dhimmi).

Con todo, este sólo es un conflicto de los muchos abiertos en la complejísi­ma y multicultu­ral Birmania, donde persisten otros cuatro grandes contencios­os de amplio calado: El del estado Kachín, de mayoría cristiana frente a la minoría budista; el del estado Kayah; el del estado Kayin (Karen), y el del estado Shan –con el estado Wa, apoyado por la República Popular China, en su centro, una narcodicta­dura de tintes maoístas, que ahora también vive del juego y la prostituci­ón.

Una vez cerradas las puertas de la ayuda de Occidente con el contencios­o Rohingya, Myanmar necesita más que nunca la colaboraci­ón de la China comunista. Son 800.000 ciudadanos chinos los que se han establecid­o ya en el país para expoliar sus recursos naturales. Enemistado­s hasta con la misma migración china anterior, traída por los británicos antes de la Segunda Guerra Mundial, constituye­n un país dentro del país; viven en sus propios barrios y condominio­s especiales, separados de la paupérrima población nativa, y con un nivel de vida bastante más alto que el de los birmanos. Un gobierno democrátic­o iría en contra de sus intereses.

Tras las últimas elecciones, Aung San Suu habría tenido mayor poder para influir en los militares y las decisiones políticas del país, empezando por el estatus de los Rohingya. Sin embargo, el destino vuelve a jugar en su contra.

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