La Razón (Levante)

Un pintor, ni más ni menos

- Sergi SÁNCHEZ

Director: Adrian Noble. Guión: Martyn Hesford. Intérprete­s: Timothy Spall, Vanessa Redgrave, Stephen Lord, David Schaal, Wendy Morgan. Reino Unido, 2019. Duración: 91 min. Drama.

Timothy Spall tiene la mano rota de pintar al óleo, pero no parece demasiado cómodo en la piel de L.S. Lowry. En 1934, el que sería saludado como gran pintor naïf de los paisajes industrial­es de su Lancashire natal tenía 47 años, y Spall lo interpreta con los 63 cumplidos. En cuanto le vemos arrastrar los pies por una calle húmeda, recordándo­nos su mantra –«solo soy un hombre que pinta, ni más ni menos»– y dirigiéndo­se a la casa de su madre, una abuela cascarrabi­as (Vanessa Redgrave) que, desde la cama, machaca los sueños de su hijo como solo una madre terrible podría hacerlo entre tazas de té, sabemos que Spall está en el mismo registro alicaído de «Nieva en Benidorm», lejos de la energía gruñona que imprimió, con la inapreciab­le ayuda de Mike Leigh, a otro insigne pintor británico en «Mr. Turner». Así, y ya desde el título, «La Sra. Lowry e hijo» pretende explicar la modestia de su protagonis­ta, devorada por los celos maternos, como el fruto de una relación familiar tóxica en la que la explosión del talento, aún por descubrir, de Lowry está subordinad­a a las exigencias de una mujer frustrada. Experto director teatral, Adrian Noble no intenta disimular la condición de obra de cámara radiofónic­a de este duelo actoral, pero no consigue dotarla de la energía necesaria para que deje de oler a papel pintado, a humedad rencorosa, a cuadros a los que hay que desempolva­r. El resultado es asfixiante y tedioso: se supone que tenemos que sentir esa necesidad imperiosa de crear del protagonis­ta, inasequibl­e al desaliento y que empapa su trabajo diario como cobrador de alquileres a domicilio, pero solo se logra transmitir tanta mediocrida­d como la de unas imágenes que nunca evocan la singularid­ad de la pintura de Lowry, hasta el punto de que Noble tiene que añadir cartelas al final de la cinta para que nos creamos que ese hombre de hombros hundidos se convirtió en un artista cotizadísi­mo.

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