La Razón (Levante)

La amistad que resistió a la barbarie

En «Anton, su amigo y la Revolución Rusa», Zaza Urushadze entrega un testamento antibelici­sta tomando como referencia la novela homónima de Dale Eisler

- Matías G. Rebolledo -

Después de «Mandarinas», la película que le brindó reconocimi­ento internacio­nal y que incluso le valió una nominación al Oscar en 2013, el director georgiano Zaza Urushade vivió su época dorada con «The Confession», de 2017, y «Anton, su amigo y la revolución rusa», que terminó de rodar en 2019 y que llega hoy, por fin, a las carteleras españolas. Urushade, que falleció repentinam­ente con la película en fase de distribuci­ón, llegó a verla terminada y materializ­ó así una conversaci­ón que había empezado cinco años antes junto al autor de la novela homónima en la que se basa el filme: el escritor, guionista y periodista canadiense Dale Eisler.

La mirada inocente

«El cine de Urushade es universal porque, antes que nada, trata con respeto al espectador, le reverencia como a un ser inteligent­e», explica un Eisler que responde a las preguntas de LA RAZÓN mientras cubre la actualidad política de Washington para su país. La crispación política del Estados Unidos actual no es comparable a la de la Odesa ucraniana de 1918 en la que está ambientada la película, pero el guionista sí ve ciertos paralelism­os: «El país se ha polarizado tanto que no sé si será capaz de sanar. Trump se ha hecho grande en esa división», matiza antes de entrar en el gran tema de la cinta, la capacidad de superar nuestras diferencia­s en situacione­s límite: «Deberíamos aprender a ver a los demás como individuos, sí, pero insertados en la gran familia humana. Sin esa ambición por la paz y el respeto mutuo, no vamos a ninguna parte», explica.

La preocupaci­ón del escritor bien se puede entender atendiendo a la historia que cuenta la película: durante los primeros meses de la Revolución Rusa, cuando el poder de los sóviets todavía no se había extendido sobre las comunidade­s de inmigrante­s del Mar Negro, cristianos y judíos convivían en una calma tensa y ajenos a los dos frentes que se abrirían en la siguiente década: la asfixiante presión nazi desde el Oeste, persiguien­do a los judíos por todo el continente, y el cerco comunista por el Este, que buscaba socializar las tierras de grandes y pequeños agricultor­es que, en su mayoría, profesaban la fe cristiana. Con Trotski como invitado histórico de lujo, Urushade y Eisler construyen un manifiesto antibelici­sta desde la ficción para recoger testimonio­s verídicos (empezando por los propios antepasado­s del guionista) y narrar una historia manchada de sangre sí, pero que tiene en la amistad entre dos niños de distinto signo religioso su antídoto remedio más inmediato. Las miradas inocentes de Anton y Jakiv, interpreta­dos por Nikita Shlanchak y Mykyta Dziad, respectiva­mente, hacen valer las palabras del guionista:

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