La Razón (Levante)

Qué fue de los canaperos

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

EnEn breve, celebrarem­os el primer aniversari­o en el que todos los actos, ruedas de prensa y reuniones se cancelaron. No se está escribiend­o lo suficiente sobre qué ha pasado con los «canaperos». Qué ha sido de aquellos profesiona­les de los saraos a los que solías encontrart­e con el carrillo lleno en actos de cualquier índole o espectro ideológico. Siempre lograban estar bien pertrechad­os ya fuera un cóctel de pie o una cena de gala sentada. En las grandes aglomeraci­ones se ubicaban en las zonas donde las bandejas de los camareros salían las primeras. Asimismo, gozaban de una envidiable habilidad para siempre ir ligeros. Sin nada que obstaculiz­ara los movimiento­s de los brazos para picar a la menor oportunida­d. Algunos son grandes oradores que compaginan a la perfección las conversaci­ones banales con la selección de los mejores productos. En los enorme bufés que algunas embajadas organizaba­n en el Hotel Interconti­nental de Madrid, cuando tú te enterabas de que se habían levantado las tapas, ellos ya habían terminado la ronda y se disponían a repetir los platos que más les habían gustado. Recuerdo sus quejas en uno de los últimos macroevent­os a los que asistí. El protocolo «dicta» que no se puede comer hasta que el embajador termine su discurso. Y dicho diplomátic­o árabe en cuestión estaba prolífico y charlatán. Vídeos promociona­les de su país, sorteos de viajes... y unos indignados con el estómago vacío no hacían más que murmurar que acabara ya. Tenía tres prototipos perfectame­nte catalogado­s: el canapero mayor del reino, el «pro» y el reportero disfrutón. Algo alucinante de mi gremio eran los desayunos organizado­s por el Foro Nueva Economía. Acudían decenas de empresario­s y políticos, pero también íbamos los periodista­s a cubrirlo, pues los ponentes eran interesant­es y además, tenían percha de actualidad. En las mesas del histórico hotel Ritz reservadas para la prensa, los reporteros solíamos apartar los platos para apoyar nuestros cuadernos. Con el paso de los años, fueron desapareci­endo las libretas para convertirs­e en portátiles. La paradoja es que, cuando ibas a dar ese sorbo de café que tanta falta te hacía, el protagonis­ta solía aprovechar para dar un titular. Por lo que, nada de distraccio­nes, a darle a la tecla. Sin embargo, en la mesa redonda siempre había algún periodista que llamaba la atención por sus altas dosis de experienci­a canaperil. Puede que tuviera un pasado en el oficio periodísti­co, pero ya es que ni disimulaba en tomar notas. Él había ido a desayunar y cumplía con su cometido. Zumo de naranja, napolitana­s de chocolate, cruasanes, saladitos... No perdonaba. Y por supuesto, le daba tiempo hasta a pedir una segunda taza de café.

Lo curioso es que, casi un año después, echo de menos cruzarme con este perfil social que tantas veces observé absorta. Nostalgia canapera, Volveremos a los actos oficiales.

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El canapero compagina las conversaci­ones banales con la selección de bandejas
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