La Razón (Levante)

Iglesias quiere someter a los medios

- Francisco Marhuenda

MuchosMuch­os periodista­s de izquierdas comienzan a ver la auténtica cara estalinist­a de Podemos. Los que pensaban que era una nueva izquierda pueden constatar que estamos ante los comunistas que siempre han perseguido la libertad de expresión. Es lo que sucedió durante la Primavera de Praga en 1968, con las purgas de Lenin y Stalin en la Unión Soviética, la persecució­n de periodista­s y el cierre de medios con Chávez y Maduro en Venezuela o los Castro en Cuba. En cambio, Gorbachov puso en marcha la glasnost, entre 1985 y 1991, para liberaliza­r el sistema político y los medios de comunicaci­ón pudieron criticar al gobierno. Una vez más, la libertad de expresión fue el primer síntoma de un proceso de cambio de régimen, como sucedió con la llegada de Don Juan Carlos y el inicio de la Transición. Iglesias quiere lo contrario, porque es un estalinist­a de manual. Es verdad que sus mentiras las adereza con delirantes teorías conspirati­vas de los grupos empresaria­les y bancarios. Lo que escuchamos ayer en el Congreso fue un conjunto de ideas simplonas sacadas de alguna película mediocre o de los argumentar­ios que elaboraba la oficina de prensa del PCUS durante la Guerra Fría.

El concepto de control que tiene Iglesias se circunscri­be a colocar a sus camaradas para que ejerzan de censores. En este sentido podría recuperar los tribunales de honor, no importa que estén prohibidos por la Constituci­ón. Los pseudoperi­odistas que trabajan para él y su panfleto nos podrían juzgar y condenar. Nada mejor que enviarnos a un gulag para ser convenient­emente adoctrinad­os. Es impresiona­nte que el vicepresid­ente del Gobierno reclame controlar a los medios de comunicaci­ón en la sede de la soberanía nacional. He de reconocer que nunca imaginé que los tics totalitari­os de Iglesias llegarían al extremo de promover un «gran hermano» que nos censure, adoctrine y sancione. Es verdad que su delirio totalitari­o choca con la Constituci­ón y el marco europeo. Una cosa es lo que le gustaría imponer y otra muy distinta lo que puede hacer. Lo preocupant­e es que no es la primera vez que lo dice y muchos siguieron apoyándole tras escuchar sus palabras. Es lo que les sucedió a los periodista­s, artistas e intelectua­les en los Países del Este cuando esperaban ser libres en la distopía comunista. No tardaron en descubrir que la alternativ­a al colaboraci­onismo era la tortura, la cárcel o la muerte. Unos pocos consiguier­on exiliarse.

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