«LO ÚNICO IRREVERSIBLE ES LA MUERTE»
LaLa expresión fue teatral, a la altura de la política italiana: con sentido escénico, siempre al punto del drama sin solución y la traición hecha arte. No hay nada como que cada unos sepa cuál es su papel y sepa recitar bien el texto. Así lo hizo Mario Draghi, recién nombrado presidente del consejo de ministros de Italia, cuando dijo, entre solemne y divertido: «Lo único irreversible es la muerte». Silencio. Es la única certidumbre que, dicha por un hombre maduro que conduce su deportivo sin abrocharse el cinturón de seguridad, viene a ser como una demostración práctica de esa verdad inevitable. La muerte como principio político porque solo la finitud da sentido a las obras humanas en esta vida. Draghi ha venido a hacer obras en Italia, pero lo hará como un designio, no por ambición política, sino porque una fuerza mayor le ha arrastrado hasta ponerlo en el centro del escenario. Solo. Italia, un país tristemente optimista, es decir, cómicamente pesimista, prefiere convertir el sufrimiento en «bel canto». Draghi los hará sufrir, pero porque no hay más remedio. Él será el que escriba el libreto para gastar los 209.000 millones de euros que Italia recibirá de los fondos europeos. La función tendrá tres actos: reforma de la administración, reducir la desigualdad de género en el mundo laboral, reducir la brecha salarial y el paro femenino –de los más altos de la UE–, modernización de la justicia –larga y lenta como una misa– y abordar una profunda reforma fiscal. ¿Pagar al Estado? El fraude fiscal en Italia es de 122.000 millones de euros al año, frente a los 25.000 de España. Tiene razón Draghi, sólo la muerte es irreversible.