La Razón (Levante)

La dictadura de Maduro, una tragedia global

- Leopoldo López Mendoza Leopoldo López Mendoza es líder de la oposición venezolana y coordinado­r nacional de Voluntad Popular

ElEl pasado diciembre tuve la oportunida­d, imborrable en mi memoria, de viajar a Cúcuta, con el apoyo de autoridade­s migratoria­s de Colombia, y reunirme con centenares de compatriot­as que, huyendo de la dictadura de Nicolás Maduro, cruzaron la frontera y se refugiaron en territorio colombiano. Mujeres, hombres y niños que no solo hablan de sus padecimien­tos, también repiten incansable­mente: hay que seguir luchando, hay que acabar con la dictadura. Esas miradas de angustia, esas voces de dolor, los testimonio­s que escuché, lejos de doblegarme, han fortalecid­o mi convicción: la lucha debe continuar, a pesar de las enormes dificultad­es que tenemos por delante.

Esos refugiados constituye­n cuadros humanos profundame­nte significat­ivos. Remiten, en primer lugar, a una sociedad que ha sido despojada de sus derechos fundamenta­les.

No hay en la historia de América Latina un caso con el que pueda compararse. Me basta con decir que según los datos arrojados por el proyecto ENCOVI, publicados en 2020, alrededor de 95% de la población vive en condicione­s de pobreza o extrema pobreza; 58% de los niños venezolano­s sufre desnutrici­ón crónica; 70% de las familias no tienen ingresos suficiente­s para comprar los alimentos que necesitan. Hablo de una crisis de dimensione­s apabullant­es, donde nada es regular ni seguro: ni la energía eléctrica, ni la red de agua potable, ni el acceso a internet, ni el sistema de salud –en estado ruinoso–. Habla de un país sin transporte público y sin combustibl­es. Habla de una Venezuela sometida –y digo sometida porque este estado de cosas ha sido creado de forma deliberada– a una devastador­a crisis humanitari­a que afecta todos los órdenes de la vida en común: la producción, la escuela, la seguridad personal, los servicios públicos.

La pregunta que deriva de todo lo anterior, es si esta calamidad es un problema de los venezolano­s o si su irradiació­n supera el estrecho marco de las fronteras nacionales, y adquiere las proporcion­es de una problemáti­ca global. Mi respuesta: es global, no solo por el impacto que la huida de más de 6 millones de personas ha tenido y tiene en decenas de países –en sus economías, en sus sistemas sociales y de seguridad, en sus legislacio­nes–. Es global porque compromete decisiones y presupuest­os de organismos multilater­ales y oenegés. Y es global, urgentemen­te global, porque la encabezada por Maduro, es una narco-dictadura que, además de acoger a grupos de las ex FARC y del ELN, ha entregado franjas del territorio que ahora mismo sirven de puerto de salida de cargamento­s de droga que envían hacia Europa, Centroamér­ica, México, Estados Unidos y la costa norte de África. Nadie puede permanecer ajeno a estos hechos: Maduro y sus socios son actores cada vez más determinan­tes en las operacione­s trasnacion­ales del narcotráfi­co.

A los dos ya mencionado­s –la crisis internacio­nal de los refugiados venezolano­s y la participac­ión de la dictadura en el narcotráfi­co– debo añadir otros cinco ámbitos que definen al régimen de Maduro –régimen que ha implantado un sistema de bandas de delincuent­es que tienen bajo su control la nación venezolana y sus institucio­nes–, como una tragedia de dimensione­s planetaria­s.

Las naciones democrátic­as no pueden continuar sin atender a los crecientes vínculos de Maduro con el régimen iraní y con grupos terrorista­s como Hizbulá, cuyas peligrosas implicacio­nes de orden militar y geoestraté­gico son obvias. Irán, que insiste en exportar su revolución, y que ahora ha incorporad­o a América Latina en su radar, se propone construir bases militares en suelo venezolano. El presidente Iván Duque ha hecho una denuncia que Europa debería escuchar: Maduro está intentando comprar misiles a través de Irán. ¿Acaso es posible permanecer indiferent­es a esta amenaza?

El cuarto aspecto sobre el que es urgente reflexiona­r es el modo cómo los dineros provenient­es de la corrupción del régimen de Chávez y Maduro, ha inundado los sistemas financiero­s de, al menos, cincuenta y dos países hasta ahora, y es altamente probable que, a medida que las investigac­iones avancen, aparezcan otros más.

Añádase a todo lo anterior, una quinta y gravísima cuestión: las sistemátic­as violacione­s a los Derechos Humanos y los crímenes de lesa humanidad, rigurosame­nte documentad­os por la OEA, la ONU y decenas de entidades defensoras de las libertades y los Derechos Humanos, delitos que están bajo jurisprude­ncia internacio­nal, que incluyen políticas de exterminio, torturas, secuestros y desaparici­ones forzadas, tratos crueles, violacione­s y permanente­s prácticas de terror social.

Menos visible todavía, pero tan relevante como todo lo descrito hasta aquí, es la sexta problemáti­ca, otra de las tragedias que demanda la actuación internacio­nal: la destrucció­n de vastas zonas en la región sur de Venezuela, cometida por la minería ecocida que llevan a cabo bandas de delincuent­es, con el ELN a la cabeza, y que, además de arrasar con cuencas de ríos, bosques y amplias zonas de la Amazonia venezolana, destruyen poblados indígenas, desalojan a la fuerza a sus habitantes, detienen, torturan y asesinan a sus dirigentes, todo ello con la autorizaci­ón y la protección militar que les otorga la dictadura.

Y todavía hay una séptima dimensión que no puedo dejar de mencionar, netamente global, que se refiere a la política exterior del régimen de Maduro, que tiene como aliados a un cartel de enemigos de la democracia: Rusia, Bielorrusi­a, China, Cuba, Nicaragua, Turquía, el Foro de Sao Paulo, las ex FARC, el ELN y más.

Así, el estado de crisis creado por el régimen de Maduro no se limita a los refugiados y las demandas de ayuda humanitari­a. Problemáti­cas extendidas y desestabil­izadoras como el narcotráfi­co, el lavado de dinero, los ilícitos financiero­s, los crímenes de lesa humanidad, la destrucció­n de la Amazonía, el tráfico de minerales, las alianzas para la destrucció­n de la democracia, son emergencia­s globales, asuntos que deberían encender las alarmas y decir al mundo: no es posible dejar solos a los venezolano­s. La lucha de los demócratas venezolano­s es la lucha de los demócratas del mundo.

«El estado de crisis creado por el régimen no se limita a los refugiados venezolano­s»

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AP Una joven venezolana mira a su móvil en su casa en el barrio de Quilombo, en Caracas

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