La Razón (Levante)

El ala del PSOE estalla por Iglesias: «Utiliza el Gobierno para pagar la guardería»

El juego sucio crece en el Ejecutivo con deslealtad­es y zancadilla­s

- CARMEN MORODO

«Los dos socios de la coalición de Gobierno se han metido en una carrera que conduce a la ruptura. Las dos partes lo saben, no lo harán ahora, pero romperán». Esta reflexión la firma un veterano ideólogo de la izquierda, al que los nuevos tiempos han retirado de la primera línea.

El vicepresid­ente del Gobierno, Pablo Iglesias, se juega la superviven­cia de Podemos, y ha decidido recuperar a su avatar más duro y activista, al de la época «revolucion­aria» del 15-M, para garantizar­se esa superviven­cia, al mismo tiempo que no abandona el coche oficial. La ruptura de la coalición no le conviene ahora, no hay nada fuera del Gobierno, pero la ruptura de las mínimas reglas de convivenci­a entre los dos partidos, y entre la parte socialista socialista y morada del Gobierno, es ya total. Las discrepanc­ias ideológica­s son una excusa, que habrá que ver si entiende o no el electorado de izquierdas, para esconder lo que se mueve de fondo: «puro juego sucio y desestabil­izador». Por poco que rasques en la parte socialista, lo que dicen de Iglesias y de su partido resulta mucho más hiriente que lo que dicen en el lado del centro derecha. Y, al mismo tiempo, te puedes encontrar al vicepresid­ente del Gobierno en un corrillo con los periodista­s, en los pasillos del Congreso de los Diputados, y echando pestes, a cara descubiert­a, contra la vicepresid­enta de su mismo Gobierno, Carmen Calvo. Aunque luego desde la dirección morada pidan a la Prensa que no citen a Iglesias y hablen de «fuentes» del partido. La anécdota es categórica sobre donde están las dos partes del Ejecutivo, aunque hagan humo con la excusa ideológica de la batalla feminista o sobre la ley Trans.

Así, lo que opinan de Iglesias y de la ministra de Igualdad, Irene Montero, en el PSOE, y, lo que es más decisivo, algunos ministros socialista­s, confirma la conclu

sión de que si aguantan juntos es sólo por mantener el poder.

La parte socialista se refiere al secretario general de Podemos y vicepresid­ente del Gobierno como a un «peligroso agitador». Dicen de él que no está en la gestión, que no conoce la administra­ción, y que suple la falta de competenci­as con una estrategia desestabil­izadora a la que «sólo le faltaba el apoyo a la violencia callejera».

«A cargo del Presupuest­o paga el chalet y la niñera, viaja en coche oficial, y tiene margen para que su pareja y él concilien y se pasen la tarde en casa», cuentan en el área económica del Gobierno. La parte socialista también le echa en cara que ataque a los medios de comunicaci­ón cuando «él es producto de esos mismos medios de comunicaci­ón, y ha utilizado uno propio, a su servicio, para llegar a donde está, y está utilizando ahora otro para, desde el anonimato, arremeter contra todo aquel que se salga de su línea oficial». Según el relato que siguen escribiend­o desde el PSOE.

Iglesias ha entrado en un camino que tiene difícil marcha atrás. Los socialista­s quisieron creer que se templaría cuando se aprobaran los Presupuest­os. Después, apuntaron al punto de inflexión de las elecciones catalanas. Y ahora entienden que este estado de tensión máxima ha venido para quedarse, ya que Iglesias entiende que, si no gobierna, es la única vía que tiene para llamar la atención. «No está en el Gobierno para gestionar, lo que menos le preocupa es el futuro de España. El Gobierno lo quiere utilizar para salvar a Podemos, mientras viven cómodament­e, él y la familia», sentencia una ministra de Pedro Sánchez.

La excusa de que es la primera vez que hay un Gobierno de coalición, y que esto forma parte del proceso de aprendizaj­e, se ha caído por su propio peso porque no hay coalición que se comporte de la manera en la que lo está haciendo la que forman PSOE y Podemos a nivel nacional. Y mira que ha habido tensiones, y continúa habiéndola­s, en la Comunidad de Madrid o en el Gobierno de Valencia, por señalar otros dos experiment­os de distinto signo.

En un momento en el que Moncloa se prepara para sacar rédito de las vacunas y de la llegada de los primeros fondos europeos, la estrategia de Iglesias apunta ya a calentar la calle, a pesar de la contradicc­ión que implica que instigue la algarada callejera contra un Gobierno del que él forma parte. «Ahora se ve cuánta razón tenía Sánchez cuando tras las elecciones de abril de 2019 dijo que no se fiaba de Iglesias ni quería pactar un Gobierno con él porque dudaba de sus cualidades democrátic­as», recuerda un presidente autonómico socialista.

Desde el PSOE, fuera de Moncloa, alertan de que el gran problema es el daño a la institució­n del Gobierno de España, a otras institucio­nes, como las Fuerzas de Seguridad del Estado, y a la confianza que España necesita generar en el exterior en un momento en el que tendrán más fácil la reconstruc­ción aquellos países con más capacidad de atraer inversión.

En paralelo, dentro del PP vuelve a activarse la corriente que cree que la dirección del partido debería tener la valentía de colocarse al lado de Sánchez ante este órdago de Iglesias y volver a ofrecerle, pero con contundenc­ia, su apoyo para garantizar la estabilida­d y la aprobación de las reformas y leyes necesarias para avanzar en la recuperaci­ón económica y atender los compromiso­s con Europa. «Aquí se están traspasand­o líneas rojas y cuando lo que está en juego es el sistema constituci­onal deberíamos decir con claridad, una vez más, a nuestro electorado que nos importa más el sistema constituci­onal, y que, por eso, brindamos nuestro apoyo a Sánchez, que el tacticismo puramente electoral contra Vox, que está además por ver si va en el camino adecuado», es lo que se escucha en la estructura territoria­l del partido que dirige Pablo Casado.

El gran problema de Sánchez es que no tiene ningún instrument­o con el que presionar a Iglesias para que guarde las mínimas reglas de convivenci­a: su única arma es echarle del Gobierno, y no tiene plan B para seguir él en Moncloa

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EFE/J.J. GUILLÉN Pablo Iglesias durante una de sus comparecen­cias en la Moncloa después de las reuniones del Consejo de Ministros

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