DE TAL PALO, TAL ASTILLA
AdolfAdolf Hitler es uno de los personajes más analizados de la historia. Se calcula que alrededor de 150.000 publicaciones se han centrado en el dictador nazi de una forma u otra. Y sin embargo sus orígenes familiares han ocupado un interés menor entre los estudiosos y expertos en la Alemania nazi. Puede que influyera la obsesión del dictador, manifestada a lo largo de toda su vida, por esconder o desfigurar incluso sus raíces y las de sus progenitores, y puede que la carestía de fuentes haya trabado en exceso la posibilidad de armar una verdad histórica. Indagar más de lo debido en la genealogía podía destrozar una vida bajo el yugo de las leyes raciales del Reich y Hitler idealizó un relato doméstico a su antojo. Que su abuelo paterno fuera un desconocido mantuvo abierta la teoría de un origen judío. Pero si hay una ley no escrita es que a veces el pasado se abre camino hasta el presente al amparo de la buena ventura. 31 cartas inéditas de Alois Hitler, el padre del genocida, han sobrevivido más de un siglo en un desván a que una bisnieta de su destinatario, el hombre que le había vendido una casa de campo en Alta Austria, las encontrara. Ocurrió hace tres años y han visto la luz en la primera biografía del progenitor del «cabo austriaco». Esos manuscritos componen el retrato íntimo de un personaje antes borroso y poco definido, pero que emerge en sus confesiones como un funcionario aduanero de provincia, con ambiciones fracasadas, carácter agrio, posiciones nacionalistas e ínfulas de superioridad frente a los demás. Un espejo en el que Adolf Hitler se miró y en buena medida se identificó hasta extremos tales que copió su firma. Fue la semilla del mal.